viernes, 6 de abril de 2018

HECHOS REALES EN UN MUNDO A LA DERIVA


Cuando llegan a ocupar los cargos personas de gran altura, éstos lo primero que hacen es rodearse de hombres y mujeres de gran valía, porque saben que la empresa que tienen en sus manos irá a más y brillará con más luz. Cuando son los mediocres los dirigentes de algo, se rodean de chusma, por aquello de que nadie les haga sombra. Y cuando es chusma los que alcanzan el vértice de la pirámide de alguna cosa, se rodean de menos que chusma, es decir, de indignos, rastreros y maleducados.

Y eso está ocurriendo en nuestros días. Sobre todo en el mundo político, social, cultural y religioso. Menos en el de la economía, por aquello de que con el pan de comer no se juega. Y así nos va. Gentucilla dándoselas de nada, ocupando sillones que les quedan más que grandes.

Y pongo tres ejemplos recientes de aquí mismo. En el social: Una cooperativa oleícola marcha de maravilla con un presidente competente. Se crea un grupo morralla de oposición que hace saber que si sigue él la entidad irá a pique y además es hora de acabar con el enchufismo de colocar en ella a los familiares de los dirigentes. Ganan las elecciones. Años después, la sociedad está llena de empleados relacionados con los nuevos mandamases envueltos en una tela de araña de corrupción. Yo me como las uvas de cinco en cinco, tú de tres en tres y él de dos en dos… El dinero de los socios no aparece. Los listos de siempre ya han sacado el suyo. Faltan cerca de cincuenta millones de euros. Concurso de acreedores. Asambleas, trampas, papeleo, abogados, notarios… Casi todo está perdido. Familias enteras en la ruina. Todos se lavan las manos. “Cosas que pasan, nadie es culpable”, dice uno de los jefecillos. Y otro, amigo íntimo desde niños, le responde: “Todos los directivos, si bien no sois culpables, sí sois, al menos, responsables”. Desde entonces no le habla. Pobre venganza de pobres personas.

En el cultural: Un arrogante que se las da de periodista sin serlo, es nombrado jefe de protocolo de una asociación que dirige otro inculto. Había un concierto conmemorativo cuya entrada era gratis, por invitación. El cielo amenazaba lluvia. La esposa del director se persona pocos minutos antes de comenzar el acto con sus dos hijos, un varón de unos seis años y una niña de cuatro. “Si no tenéis invitación no se puede pasar”, le indica con prepotencia el pseudoperiodista. “Mire usted, señor, soy la esposa del director de la orquesta y estos son nuestros hijos”, aclara con suma educación la buena señora. “He dicho que si no tenéis invitación no pasáis”. “Bueno, haga usted el favor de llamar a mi marido o deje, al menos, pasar al niño, su padre tiene mucho interés en que escuche el concierto.” “He dicho que sin invitación no se pasa”, sentenció el engreído portero. La dama y los pequeños se dieron media vuelta. Ya había empezado a llover y permanecieron un rato a la puerta del recinto. Después, viendo que no escampaba, salieron a todo correr en busca de una cafetería donde refugiarse. Mientras tanto, el concierto había comenzado y más de la mitad del aforo estaba vacío. Al fondo, el ridículo guardián que se cree alguien por aparecer de vez en cuando en un medio de comunicación de poca audiencia engolando la voz, seguía permaneciendo de pie vigilando la entrada. Allí, por sus narices, no pasaba nadie que no tuviera el papelito firmado por su vulgar superior. Tal para cual. Chusma manda a chusma. Y chusma, perro fiel, cumple la orden a rajatabla. Si quieres conocer a Juanillo dale un carguillo.

En el religioso: Tras el acto final penitencial a puerta cerrada en el templo, el hermano mayor de la cofradía hace saber a cofrades y fieles allí presentes, que en la casa de la hermandad se dará una bolsa con pastas a cada uno de ellos… Añadiendo: “Espero que haya para todos”. Ya en la casa, uno de los cofrades de toda la vida, anciano, que había estado en el templo y que no puede procesionar ya por las calles por sus dolencias, tras esperar a que los penitentes y costaleros se llevasen a pares y a triples las bolsas, y viendo que en la caja quedaban algunas, se acercó a la pareja encargada de la distribución y, con máxima humildad, prudencia y educación, les dijo: “Me pueden dar, por favor, una bolsa…, si es que sobra”. Se miraron los dos repartidores, vestidos aún con las túnicas penitenciales, y la mujer le respondió secamente: “No sobra”. El pobre hombre, sorprendido, triste y humillado, agachó la cabeza y se apartó lentamente. Pero se giró de golpe al escuchar a uno de los costaleros decir con la boca llena: “Nena, me voy, dame un par de bolsas más que estas pastas están riquísimas”. Y vio, sorprendido, casi a punto de llorar, como le ponía en sus manos dos bolsas sin rechistar. Cofrades impresentables vacíos de alma.

¡Ah!, ¿que no he puesto ningún ejemplo del mundo político? Ni falta que hace. Todos conocemos de sobra cientos de casos sangrantes acerca de esta fauna peligrosa. 

Y si esto es a escala pequeña, imagínense a escala mayor. ¿Se puede vivir, amigos, en un mundo así, a la deriva? A mí, que he sido testigo e incluso parte de los hechos que acabo de relatar, me cuesta cada vez más, por lo que busco apartarme siempre que puedo camino de la soledad. Ya lo dijo hace siglos también Juan de la Cruz: “Entre las piedras me encuentro mejor que entre los hombres”. 

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