domingo, 25 de marzo de 2018

EL PAPA FRANCISCO Y LA IGLESIA


Se han cumplido cinco años de la llegada de Francisco al papado y son muchos los que  alaban su labor, como son muchos también los que la critican.

No hay más que leer los portales de religión en internet para darse cuenta de que no son pocos los que andan en oposición a quien a día de hoy ocupa la silla de Pedro. Como no son pocos los centenares de blogs católicos en los que se le censura, se le tacha de demagogo y populista, de izquierdoso, de ir contra la tradición de la Iglesia, de charlatán, de impresentable… e incluso hasta se llegan a pedir en ellos oraciones para que muera pronto.

Y para colmo de males y demás descalabros, la cosa no se queda en estos extrarradios, sino en círculos más próximos, generando una guerra entre también no pocos cardenales, obispos y sacerdotes contra el papa Francisco, empeñados en mantener la más estricta ortodoxia, la tilde de la ley, la tradición, el inmovilismo, el boato, los privilegios y el poder. Tachándolo, privada y públicamente, de lo que no está escrito, poniendo en contradictoria evidencia al Espíritu Santo, tan despierto e intervencionista para ellos cuando el Papa es de su onda, pero tan dormido, según parece ser, en el último cónclave. 

Una pena que hace que no pocas personas, medianamente inteligentes y honestas, libres, amantes de la verdad, ante tanta incoherencia, se retiren a sus monasterios íntimos haciendo que los templos aparezcan aún más vacíos.

La Iglesia no tiene que cambiar. La Iglesia lo que tiene que hacer es mostrar el evangelio, la palabra de Cristo, con claridad, sin tergiversaciones al mundo. La Iglesia no tiene que cambiar porque solo tiene que ser fiel al mensaje de quien es el camino, la verdad y la vida. Los que tienen que cambiar son los que componen la jerarquía. Los que tienen que cambiar son los Papas, yendo con su tiempo, que no significa ir contra Jesús de Nazaret, sino todo lo contrario, acercarse a Él con valentía y de su mano dar lecciones de amor, misericordia, perdón, acogida, unidad, paz, sacrificio, coherencia…, poniéndose de parte de los débiles, los pobres, los enfermos, los sencillos, los mansos, los que lloran, los que sufren… Los que tienen que cambiar son esos cardenales que viven en las alturas cual príncipes de poder. Los que tienen que cambiar son esos obispos que desde sus palacios dirigen cual políticos y gobernantes. Los que tienen que cambiar son esos clérigos que rodean a los obispos buscando cargos y honores, politicastros que se alían con los poderosos y pudientes, de los que reciben ayudas y servicios a cambio de sus influencias para obtener concesiones eclesiásticas, haciéndose los despistados ante los pecados públicos que éstos cometen…, mientras ponen trabas, apartan y hasta desprecian a los limpios de corazón, a los humildes, a los pobres, a los que dan luz… Los que tienen que cambiar son esos sacerdotes que toman sus parroquias como una oficina a la que van a trabajar según horario, rodeándose de personajes que los adulan a cambio de que les dejen carguillos y les permitan ciertas colaboraciones, sin mirar siquiera el daño que algunos hacen al salir del templo. Los que tienen que cambiar son esos monjes y monjas que viven más mirando al mundo que mirando al cielo, en luchas y ansias de protagonismo, individualistas, apegados a su parcela terrenal, contrarios a una unidad en los carismas, así se esté derrumbando el convento o queden dos. Los que tienen que cambiar son esos seglares que se dicen creyentes de palabra, de una vela a Dios y otra al demonio, presos del simple cumplimiento, del externo viva la Virgen y el Patrón del pueblo, del putisantismo.

Que ha habido y hay, por otro lado, papas, cardenales, obispos, clérigos y sacerdotes ejemplares y santos, desde luego que sí, faltaría más. Que hay misioneros que son viva imagen de Cristo, por supuesto. Que hay religiosos y religiosas modélicos, implicados plenamente en la luminosidad propia de su orden, pero sabiendo siempre que el brillo mayor es el Señor, claro que sí. Como hay seglares coherentes, comprometidos, fieles, entregados y serviciales. Pero es que de no ser así, la Iglesia se hubiera acabado ya hace mucho tiempo.

Se han cumplido cinco años de la elección de Francisco como sumo pontífice y hay que ver cuántos elogios a su labor desarrollada, pero también cuántas reprobaciones. Y es que los que cuelan mosquitos y se tragan camellos, los martillos de herejes, los sabios y entendidos, los escribas y fariseos, los miembros del sanedrín…, nunca desaparecen, siempre están ahí, al acecho, porque la ley es la ley, como si el sábado no se hubiera hecho para el hombre.

Confiemos en el Espíritu Santo y dejemos que la Historia juzgue. Una historia, la de la Iglesia, llena de grandes luces pero también de enormes sombras, no pocas, tan negras que hasta avergüenzan. Sombras que, algunas, siguen ahí, cegando, frenando, haciendo que se vaya a remolque, construyendo fallas, sembrando anacronismos…., sin dejar pasar la claridad que aliente vanguardias, abra caminos, vaya por delante…, e impregne todo de un resplandor deslumbrante capaz de cambiar la sociedad por completo, tal y como sucedió en el mundo con la aparición del cristianismo hace ya dos mil años.



  

sábado, 10 de marzo de 2018

CARTA A JOSÉ MANUEL TRAS SU TEMPRANO FALLECIMIENTO ASÍ ESTÁ MEJOR, ¿VERDAD?


Querido José Manuel:

Por más que sé que la muerte es esa sombra que está ahí, a tu lado, rondándote todos los minutos para, en el momento que menos te lo esperas, clavarte su cuchillo de niebla fría; por más que sé que a todos nos tiene apuntados en su cuaderno de tiempo en el que a cada uno nos pone un reloj de arena en el que marca la hora a su capricho; por más que sé que morir es tan real y necesario como nacer, no puedo menos que rebelarme por tan innoble injusticia y expresar mi más hondo desconcierto ante el dolor que me invade cada vez que alguien cercano se me va. Como ahora, como hoy, contigo, que, lleno de vida, de ilusiones, de creatividad, de obras de arte en tu mente y amor que dar en tu corazón, la sombría y esquelética forma sin fondo te ha señalado con su dedo largo y negro dibujándote un cáncer agresivo y rápido en medio del pecho y con tan solo veintidós años te ha llevado para hacerte de ceniza y olvido eterno.

Ahora, amigo, ahora que tan de moda está la denuncia por acoso, yo propongo denunciar en todos los juzgados del mundo a la muerte por acosadora, porque no deja ni un solo instante de perseguirnos, porque vayamos donde vayamos, estemos donde estemos, ahí que anda, mirándonos, acorralándonos, siguiéndonos…; y porque en contra de nuestra propia voluntad se acerca, una y otra vez, sigilosa, y se pone a jugar a los dados con cada uno de nosotros, y por más que le decimos que no, que se vaya, que la odiamos, que la rechazamos, más se ríe, porque bien sabe que claudicaremos y acabaremos acostumbrándonos a su presencia, tanto que hasta terminaremos aceptándola e incluso queriéndola, pues por algo hemos de pasar con ella el resto de nuestra eternidad.

Adiós, José Manuel. Gracias por venir en Jaén a buscarme siendo un adolescente para formar parte del Grupo de Teatro Maranatha. Gracias por tantas representaciones haciendo de hijo en la obra “Malos tratos”, a beneficio siempre de los necesitados. Gracias por hacerte mayor a nuestro lado. Gracias por tu sencillez, tus sueños de artista, tu magia… Gracias por vivir en ese mundo tan singular que te construiste, siendo tú especial, único, distinto, diferente. 

Bien sabes que tu madre, tu novia y tu padre Javi no te olvidarán nunca. Tampoco tus amigos de reparto: José Luis, María de los Ángeles, Juani, César, Sonia, Fernando, Lucía y Adolfo… Ni yo.

Y te confieso también que, pese al dolor que siento, algo dentro, tras tu partida, me invita a la sonrisa. Porque desde la fe y la esperanza te veo gozoso en las alturas. Un chico como tú, que tanto ha hecho por los demás en tan poco tiempo, no puede quedarse en la “nada” de la que hablabas en la obra, pero sí dentro de la última frase que pronunciabas en ella dirigiéndote al público: Así está mejor, ¿verdad?, le decías…, cuando el matrimonio se abrazaba sin el menor rastro de malos tratos en medio de ellos…

Pues, “así está mejor, ¿verdad?”, te digo yo ahora desde aquí, sabiendo que Dios te abraza para siempre.

Que seas feliz.