sábado, 20 de enero de 2018

PALABRAS QUE MATAN

Cuando uno de mis mejores amigos estaba mortalmente herido por el cáncer y fui a visitarlo, me quedé, al verlo, profundamente impresionado. Sin embargo, guardé la compostura, sonreí y le dije, con la pretensión sobre todo de animarlo y darle fuerzas, que lo veía bien, pero que muy bien de aspecto.

Me miró entonces fijamente y con lágrimas en los ojos me dijo que me agradecía mis palabras. No sabes, amigo, lo que me duele cuando alguien se cruza por mi lado y me dice lo mal que me ve. “Pero qué demacrado y estropeado estás.” “No eres ni sombra.” “Estás muy flaco.” “Te veo fatal.” “Te has quedado sin pelo.” “¿Es que tienes algo malo?...” Palabras que se dicen y salen por la lengua como cuchilladas frías que congelan la sangre. Palabras ingratas y miserables que duelen, que hieren, que matan.

A mí, una familiar mía, en mi sensible adolescencia, en cada ocasión que venía del pueblo y me veía, una y otra vez me decía, como con asco, con perversa intención, con recochineo sublime, remarcando hondamente las palabras: “¡Hijo, pero qué largo y seco estás!” Y ante mi alarmante cambió en la expresión y mi zozobra, se daba media vuelta y se perdía tan feliz.

Pasado el tiempo, tras tomar consciencia de que al decírmelo y ver que me dejaba turbado y con la autoestima por los suelos, y ella satisfecha en su amarga malicia, decidí hacerle oídos sordos. Y confieso de todo corazón que se evitaba verla, mucho mejor.

Desde entonces, sabiendo lo que duele esas formas de expresarnos, jamás he dicho a nadie ni qué bajo, ni qué seco, ni qué largo, ni qué gordo, ni qué feo, ni qué calvo, ni qué viejo estás… Desde un principio me negué a pagar con la misma moneda y eso que me sobraban las razones para hacerlo. De ahí que siempre intente, ante la presencia de alguien, expresar algo agradable, y si no me sale de dentro, guardo silencio. Porque nunca se sabe el porqué de esa apariencia, la llaga que esconde, el calvario por el que se puede estar pasando para que encima venga yo a cargarle con más peso y más dolor.

Y el caso es que, pese a que todos sabemos que estas expresiones molestan, levantan ampollas, no gustan, están de más, desaniman y hieren…, se dicen con demasiada frecuencia. Algunos hasta parece que salen a la calle cada día con la pistola cargada y no regresan a gusto si no la disparan a quemarropa.

¿Y esto por qué? Seguro que es porque así descargan en cierto modo el trauma que llevan dentro fruto de su propia disconformidad consigo mismo. También porque la envidia ciega y uno ve en el otro lo que no quiere ver en su propio espejo. Y no pocas veces lo hacen, sencillamente, porque son malas personas.  

Dejo aparte el pensar que pueden hacerlo por ignorancia. De ignorancia nada. Todos nacemos con la impronta en la conciencia de que se debe tratar a los demás como a ti te gustaría que te trataran, que es lo mismo que saber, y más cuando no se te ha dado vela en ese entierro, que no has de decir a nadie lo que no te gustaría que a ti te dijeran…

Pues a ver si lo hacemos para bien de todos.


martes, 9 de enero de 2018

LA ESTRELLA

En un viejo libro, manuscrito, dedicado al estudio de los Magos que vieron una estrella que los llevó a la presencia del Niño Jesús, se relata como antecedente la historia de un sabio que dos siglos antes de Cristo también supo de una estrella. Este sabio, cuyo nombre se desconoce, dejó escrito en un raro pergamino lo siguiente:  

Cada comienzo de año miro hacia atrás y me siento cansado.

Cansado de dar la mano y recibir rechazos.
Cansado de abrazar y recibir cuchilladas.
Cansado de ser honrado y recibir calumnias.
Cansado de ofrecer sacrificios y recibir indiferencias.
Cansado de ser bueno y recibir maldades.
Cansado de regalar entregas y recibir desprecios.
Cansado de perdonar y recibir condenas.
Cansado de llamar y recibir silencios.
Cansado de llenar alforjas y recibir vacíos.
Cansado de ser justo y recibir injusticias.
Cansado de ser leal y recibir traiciones.
Cansado de ser amable y recibir descortesías.
Cansado de buscar paz y recibir guerras.  
Cansado de acariciar y recibir mordiscos.
Cansado de evocar vivencias y recibir olvidos...
Cansado, en definitiva, de a más trigo que siembro más cizaña aparece.

Entonces me digo: voy a cambiar, voy a actuar de otra forma, voy a dejar de ser el que soy.

Mas cruza en ese instante una estrella por el cielo. Una estrella que solamente yo veo, como si fuera sólo mía, que me viene marcando desde la cuna y, una y otra vez, me hace recibir el mismo pago.  

Y nada puedo hacer. Pues aunque diga de cambiar por el cansancio, pronto el cansancio se me pasa.   

Y es que mi estrella es más fuerte que yo mismo.  

Este viejo libro, porque así aparece en la portada, lleva por título: “Historia de unos Magos que llegaron de Oriente guiados por una estrella”. ¿Su autor? Bajo dicho título aparece su nombre, pero está borrado, como si una mano misteriosa lo hubiera hecho desaparecer.  

Ante esto, muchos creen que tanto el sabio del pergamino como el autor del libro fueron hijos de una misma estrella: “la estrella de los excluidos”. Otros, sin embargo, dicen que son herederos de “la estrella de los elegidos”.

Usted decide.