jueves, 23 de noviembre de 2017

IGNORANTES

¿Pero de qué nos las damos? En realidad, ¿quiénes somos?, ¿qué sabemos? Ya lo decía Newton: “Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano”. Ignorantes, pues, todos.

Pero hay ignorantes e ignorantes. Ignorantes que aceptan su ignorancia y son conscientes de ella. Son ésos que van por la vida sin dárselas de nada, en humildad, multiplicando lo mejor que pueden los talentos recibidos, sin pizca de altivez pese a dejar campos repletos de espigas y de frutos. E ignorantes que creen ser algo, mucho, demasiado, vanidosos y engreídos, soberbios, que se las dan de ilustrados, de genios en la senda del triunfo, y si fracasan nunca tienen la culpa, la culpa la tienen los otros que son unos ignorantes que no entienden sus ideas, su creatividad, su grandeza, su arte... Se sienten superiores y miran por encima del hombro.

El mundo está repleto de ignorantes. Ignorantes científicos, artistas, profesores, periodistas, escritores, comerciantes, artesanos, barrenderos… Ignorantes en todos los estamentos y clases sociales. Ignorantes millonarios e ignorantes en la ruina. Ignorantes con estudios y sin estudios. Ignorantes por todas las plazas y calles, por todas las ciudades, por todas las naciones. Ignorantes atrevidos, pillos, pícaros…, como ésos que tan de moda están yendo a contracorriente y diciendo, por ejemplo, que la Tierra no es esférica, sino plana.

Estamos rodeados de ignorantes y a la vez con nuestra ignorancia rodeamos a los demás. Nadie se salva. Nadie, en el fondo, sabe nada. En todo caso, sabemos, como mucho, un poco de alguna cosa, una milésima porción de esa gota de agua del océano de la que tenemos conocimiento. Lo demás son fábulas. Lo malo es que la inmensa mayoría de los ignorantes no son conscientes de su propia ignorancia, es más, no pocos están convencidos de que ellos son doctos y eruditos.

De ahí esos ignorantes que hablan de todo y en todas partes. Ignorantes que siempre creen llevar la razón. Y los peores: ignorantes mediocres y bobos, analfabetos que, por más luz que se les viene a los ojos, por más que se les diga, no quieren quitarse la venda de la total ignorancia. Siempre encuentran una puerta para salirse con la suya.

Como aquel niño de la clase que se dirige a la maestra diciéndole: “Seño, el Grabiel me ha quitado la goma”. La maestra, entonces, le corrige: “No se llama Grabiel, sino Gabriel. A lo que responde el alumno con no poca autosuficiencia: “Sí, como que lo vas a saber tú mejor que su mama”.

Pues eso, ignorantes todos.    


jueves, 9 de noviembre de 2017

MALDITOS DIRIGENTES DEL F.C. BARCELONA

Es una pena. La ruptura social que han creado los políticos mediocres y corruptos en Cataluña es tan grave que las heridas sangrarán por muchos años o puede que por muchos siglos. Ahí se han dividido familias enteras. Ahí se han levantado padres contra hijos. Ahí muchos vecinos han retirado el saludo a vecinos y hasta amigos de toda la vida han dejado de serlo para siempre. Las cizañas han llegado a ser tan altas como venenosas. Tanto que hasta hay sacerdotes que han expulsados de sus templos a quienes no se han dejado arrastrar por la droga de la demencia que resquebraja y parte. Tanto que hasta incluso algún obispo lumbreras ha perdido el juicio y se ha declarado partidario de la revolución que aísla, fracciona y trocea las almas en lugar de luchar por la universalidad del reino en el que todos somos hermanos en un mismo Dios, sin fronteras, ni diferencias ni discriminaciones.

Y tanta es la ceguera y tanto el odio que hasta el Fútbol Club Barcelona, toda una institución admirada, querida y seguida por muchas generaciones de España y del mundo entero, se ha contaminado hasta el límite y ha dejado de pensar deportivamente para convertirse en un mero campo de batalla lleno de soldados adoctrinados que con cánticos, banderas, pancartas y consignas bombardean todas las zonas que no son de su circunscripción egoísta, engreída y particular.

Ya no se va al campo de juego a disfrutar de la belleza del fútbol, ni a gozar de los goles de sus grandes jugadores, ni de las maravillas del genial Messi… Se va para pedir independencia, para gritar desprecios, para exigir no sé qué libertad cuando están ebrios de tenerla, para mostrar bufandas con los colores de lo que es injusto y obsceno, como si no hubiera estado de derecho, como si los jueces tuvieran que rendirse a sus gustos y deseos, como si aquí se pudiera hacer lo que ellos crean conveniente; algo, por cierto a lo que se han acostumbrado por culpa también de otros políticos permisivos y vulgares que por no querer problemas y disfrutar de las poltronas se lo han permitido.

Millones de mayores, de jóvenes y, sobre todo, de niños que han amado los colores blaugrana andan hoy en día errantes, como verdaderos exiliados, tristes por los territorios del deporte rey. Su razón, cada vez que ahora ven un partido en el que juega su Barça querido, le pide ir contra él, porque se sienten despreciados y expulsados de su círculo de historia, porque perciben que ya no son admitidos por los dueños y su masa social, porque notan que no los consideran de los suyos, porque ven con claridad que quieren separarse de ellos…, pero sin embargo, algo muy dentro, como una fuerza incontenida, no puede dejar de hacerle desear que marque, que gane, que venza…, porque lo que se ama una vez con la limpieza del corazón no puede convertirse de repente en odio por más que vengan a enmierdar la sangre que lo riega.  

De ahí que últimamente sean pocos los pequeños que juegan en las calles fuera de Cataluña con la camiseta roja y azul, como son pocos los niños que gritan Barça, Barça, Barça, como son pocos los niños que piden ir a visitar el Nou Camp… Ya son pocos, porque el resto, muchos miles de miles de chavales y no tan chavales que llevan grabado en las entrañas el escudo con la cruz de San Jorge y el balón con la forma antigua se han retirado a sus refugios de invierno porque sienten vergüenza de confesarlo, de declararse seguidores suyos, de decir que son parte de ese club que ahora les anda negando el pan y la sal por culpa de una locura que ha convertido el deporte en simple política, en mera política, en sucia política.

Malditos los dirigentes que han causado este daño.