martes, 15 de marzo de 2016

TRES CLAVOS


                                     PRIMER CLAVO

                        Dame, Cristo, tus manos, venga, aprisa,
                        que tengo que clavarlas al madero.
                        El tiempo apremia. Acércate. Primero
                        la derecha, más fuerte y más precisa.

Ésa con la que escribes, más concisa,
la que bendice y se alza en verdadero
empeño de entregarse por entero.
La que estrechas unida a una sonrisa.

Ven y acércala aquí, sin protocolo.
Te va a doler y mucho. Te lo advierto.
Será como a tu entraña echarle lava.

Mano, clavo y la cruz. Ya falta solo
el martillo. ¿El martillo? Eso no es cierto.
El martillo soy yo que es quien te clava.


           SEGUNDO CLAVO

Ahora dame la izquierda, la otra mano.
La que siembra el amor de cada día.
La que niega discordias, la que guía
por senderos del buen samaritano.

¿Qué esperas? Ponla aquí. Formando un plano
de tierra con el sol. Ten valentía.
Te vestirá este clavo de agonía
y todo lo verás cerca y lejano. 

Y lo hinco con ira y con violencia,
leproso el corazón cual un gusano
de sombras que ni a él mismo se quiere.

Mira Cristo al romano con clemencia.
El romano anda a oscuras. ¿El romano?
El romano soy yo que es quien te hiere.


           TERCER CLAVO

Ya sólo queda un clavo y oxidado.
Un clavo largo y hondo como un río.
Y me quedan dos pies en desafío
que prender a la cruz. Ando cansado.

Venga, crúzalos ya. No seas pesado.
Que viene oscureciendo y hace frío.
Y uno madera y carne. Escalofrío.
Y se acabó. Ya estás crucificado.

Ya eres Vera Cruz, Cruz Verdadera
de entrega hasta morir. Punto y final.
Tres clavos herrumbrosos han bastado.

¡Ha muerto Cristo! ¡Dios! ¡Cuánta ceguera!
¡Qué infame el criminal! ¿El criminal?
El criminal soy yo que lo he matado.
   
Poema ganador Juegos Florales en Honor a la Santísima Vera Cruz de Sevilla, 2015.







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