sábado, 7 de febrero de 2015

EL CARTEL DE ANTONIO ESPADAS Y EL CARNAVAL


Me llama la atención un cartel colocado en los escaparates. Es un cartel atractivo, mágico, que me reclama. Hecho a la antigua usanza, por manos artesanas, nada de composición ficticia de ordenadores e imágenes de corta y pega. Un cartel que asombra, que muestra composición, armonía, mensaje, color, geometría, equilibrio… Me acerco más. Me fijo bien y veo que en él aparece el tenante que el artista ha arrancado de la fachada del Palacio de la Rambla para ponerle en sus ojos de piedra el antifaz del misterio y en sus manos, en lugar del escudo, un bombo con platillos sonoros, mientras un bufón, hecho comodín, baila haciendo sonar sus cascabeles de fiesta desde la carta con serpentinas de la baraja monumental de Úbeda. Bajo él, la máscara blanca y enigmática que te mira desde su ceguera y te impresiona. Y todo ello, cruzado, en la base, por la sardina, el final, el entierro, la muerte que todo lo convierte en fría ceniza. Una sardina que llora su desconsuelo, que deja escapar una lágrima por su ojo, siempre abierto y alerta. Por último, bajo la cola del pez, el escudo de la ciudad, tan bello, tan respetado por todos los que amamos a esta Dama de Sueños. Y a la derecha, sobre el pedestal de la escultura, la firma. Firma que no me sorprende, porque se trata de un hombre excepcional, de un pintor sublime, grande en la máxima extensión de la palabra. Se trata de Antonio Espadas Salido, nuestro hombre del Renacimiento eterno, nuestro Hijo Predilecto, nuestro amigo... Y junto a la firma, en el ángulo bajo derecho, como ocultándose, aparece un pequeño rostro enigmático que no quiero desvelar. Mejor que sea la Historia quien lo haga.

Un cartel, en definitiva, el de Antonio, para anunciar el Carnaval 2015. Esta fiesta de la sinceridad, porque, como siempre digo, en ella las personas que participan son quienes quieren ser. Y es que, aunque parezca lo contrario, a lo largo de esos días no se ponen el disfraz, más bien –valientes–, se lo quitan para ser quienes son, y desde la comparsa, la chirigota, la diversión, desinhibidos, lejos del corsé que la sociedad impone, mostrarse verdaderos, auténticos y expresar lo que sienten.

Y para terminar, permítanme que yo les dedique a modo de homenaje a todos los carnavaleros de ayer y de hoy, entre los que estuvieron, en los años antiguos, familiares míos y de una manera destacada mi abuelo materno, estos sencillos versos como si ellos mismos los dijeran:

                       Si quieres saber quién soy,
                       el que soy en realidad                     
y no el que tú crees que soy
                       cuando llevo el antifaz
                       que me pongo cada día
                       desde el duro despertar
                       hasta que vuelvo a acostarme,
ven al sol del carnaval,
ven a mi pueblo estos días
y lo vas a averiguar.
De todos los disfrazados,
ocultos en su danzar,
yo soy, fíjense qué gracia,
el que no lleva disfraz.
Porque entonces me lo quito,
desnudo mi falsedad,
para ser quien quiero ser
y así poder disfrutar.

Y es que en las fiestas dichosas
del sincero don Carnal,
somos, sin más, quienes somos.
Lo que somos de verdad.


 





           







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