martes, 2 de diciembre de 2014

VIENA

Hay lugares inolvidables. Y uno de ellos es Viena.

Llegué a la capital de Austria cuando caía la noche. Hacía frío pero el calor del ambiente lo aminoraba. Subí a una carroza de la época y me adentré en la ciudad. Calles equilibradas, serenas, llenas de misterio, mágicas... Después, a pie, anduve por las viejas callejas por las que me salían al paso eternos fantasmas, músicos geniales, poetas malditos, pintores vanguardistas, artistas por el amor al arte… Y preso de compañías eternas, casi congelado ya por tantos siglos de Historia, un vino caliente en una de las tascas instaladas en una vieja plaza vino a mi encuentro hasta llevarme a un sueño hecho mañana envuelto en grandezas.

Visité palacios, museos, exposiciones, tiendas… Y me adentré en el soberbio gocé de poder asistir en el Teatro de la Ópera Estatal a la excepcional obra “Las bodas de Fígaro” del genial Wolfgang Amadeus.

También visité la Biblioteca Nacional Austriaca, una de las más bellas del mundo y en la que se conservan más de 200.000 libros impresos entre los años 1500 y 1850. Entre ellos podemos apreciar la colección de 15.000 volúmenes del Príncipe Eugenio de Saboya. Dignos son igualmente los muchos libros procedentes de conventos que fueron cerrados a causa de diversas reformas políticas.

Viena es también, sobre todo en su centro, una ciudad legendaria que vive básicamente del turismo. Una ciudad para el forastero que se sustenta sobre dos pilares básicos: la emperatriz Sissi y el músico Mozart. Dos personalidades a quienes, sin embargo, mientras vivieron, la ciudad no hizo justicia con ellos ni los valoró en su medida exacta. Ella, la emperatriz Isabel de Baviera, fue duramente criticada y poco apreciada por no soportar la rigidez de la corte, huir en busca de la naturaleza, viajar, adelantase a su tiempo, pretender ser libre, vivir su romanticismo lejos de Viena... Una emperatriz que fue asesinada junto al lago Lemán de Ginebra y que incluso no quería que la enterrasen en la capital imperial, sino en la isla griega de Corfú… Él, Mozart, porque pese a ser un genio, no se escapó de envidias, recelos, críticas y trampas, llegando a morir bajo el cielo vienes con dificultades económicas, por lo que se le tributó un entierro de tercera al que acudieron muy pocas personas y se le sepultó al anochecer en una tumba comunitaria sin que nadie sepa siquiera, a día de hoy, el lugar exacto… Y ahora, miren por donde, cosas de la vida, ambos invaden la ciudad con sus figuras y sus nombres, apareciendo en todo tipo de objetos, alimentos y lugares... siendo mitos más que admirados que generan inmensas fortunas. 

Mas pese a todo, Viena, es algo especial. Es un vals en las pupilas del alma, una sinfonía de pompas de jabón que ya no dejan de caer con su música de colores en el corazón hasta la muerte. Por eso, al despedirme de ella, tras mirarla por última vez a lo lejos desde el taxi que me conducía al aeropuerto, me volvió a parecer tan bella como cuando llegué a ella, más bella aún, porque, sobre todas las cosas, pude comprobar, como dijo el escritor Karl Kraus, que sus calles están pavimentadas con cultural…, y dentro de la cultural –añado yo–, con poesía. Casi nada.


  



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