La tarde noche del último viernes de octubre, me vestí de
gala y me senté ante el televisor consciente de que iba a presenciar uno de los
actos más excepcionales de la Historia de mi pueblo y de mi propia historia: la de ver a Antonio Muñoz Molina recoger el Premio Príncipe de Asturias
de las Letras.
Y desde el espacio en penumbra de mi
salón, vi al escritor subir al escenario Campoamor de Oviedo, junto al resto de los
premiados, sin poder evitar sentir en mi alma un extraordinario orgullo que me
emocionó hasta el punto de creerme en un sueño. Ese sueño de verlo después
pronunciar su discurso, tan literario como pausado. De verlo recibir el diploma
acreditativo de manos del príncipe Felipe... Sueño que alcanzó su punto cumbre
cuando, con el título en sus manos, se fue hacia el público para saludar, como
con miedo, sin poder evitar que su innata timidez le doblegara la mirada, y yo
me levanté de mi sillón, con lágrimas en los ojos, para aplaudirle con todas
mis fuerzas. Y lo hice, especialmente, porque Antonio, que anda ya en ese reino
donde los reconocimientos importan lo justo y necesario, había confesado que la
alegría que sentía por el premio era, más que por él mismo, por la ilusión que
sabía despertaba en sus amigos, su familia y sus lectores... Entre los que me cuento.
Y Úbeda, la Mágina de Antonio, esa
Úbeda que, irremediablemente, sin poderlo evitar, le inspira porque la lleva en
el corazón y en la mente... ¿Qué premio le ha concedido a este hombre universal
e ilustre, al más grande y genial escritor que esta tierra ha dado? ¿Qué se le
ha otorgado a nivel de pueblo? ¿Qué se le ha dado desde la oficialidad, desde
nuestro Ayuntamiento, que está obligado a gobernar para todos, sin estrecheces
de miras personales; desde un alcalde y unos concejales que han de estar
abiertos y al servicio de sus ciudadanos, y no al revés; desde una Concejalía
de Cultura que ha de tener su despacho abierto de par en par, para eso es de la Cultura , a todos, y más a
la gente que ama y lucha y muere por ella, y no encerrarse su mandamás detrás
de varias puertas con sus correspondientes guardianes, como en un castillo en
propiedad que habrá de dejar más pronto que tarde...?
Nuestro pueblo, digo, ¿qué ha hecho
por Antonio aparte de una medalla que creo que ni ha recogido y darle una
redonda que ni casas tiene? ¿Le ha organizado un homenaje clamoroso como otros
pueblos lo hacen con sus campeones? ¿Le ha puesto ya su nombre a alguno de sus
institutos o colegios, y a alguna de sus grandes avenidas, y a alguno de sus
grandes centros culturales...? ¿Le ha levantado ya un monumento en bronce,
aunque sea a nivel de calle?... ¿Ha marcado con placas de cerámica los lugares por
los que aquí anduvo? ¿Se han construido cartelas con frases suyas para
referenciar rincones, casas y espacios a los que hace mención en sus obras para
honrarlos aún más?... ¿Cuándo Úbeda lo hará? ¿Cuando muera? ¿Ni siquiera
después de muerto? Tanta frialdad, ¿no habrá de romperse nunca? ¿Cuándo la
Úbeda de las personas nobles, justas, generosas, independientes y buenas
vencerá a la Úbeda de los egoístas, sibilinos, partidistas, falsos y
envidiosos...? ¿Cuándo?