miércoles, 25 de diciembre de 2013

A MODO DE FELICITACIÓN

El pasado sábado, día 21 de diciembre, la Asociación Literaria de Alanís (Sevilla) me hizo entrega del Premio Nacional de Poesía Navideña, “Poeta Leopoldo Guzmán Álvarez”. Con el poema galardonado quiero desearos a todos mucha felicidad en estas Fiestas y siempre. Gracias.


                         


     
                               DESDE LA VENTANA EN DONDE VIVO

En cada Nochebuena, cuando cantan
los gallos los silencios infinitos
y los pedros, sentados a la hoguera
del miedo, andan negando por el frío

conocer al Amor de los Amores,
me asomo a la ventana en donde vivo
y contemplo las luces de una estrella
que se acerca, marcándome el camino.

A lo lejos, escucho mil canciones
alegres y serenas, villancicos
que anuncian claridades, y jolgorio
de platos y de brindis y de ruidos...

Y me pregunto: ¿aquí qué se celebra?
Y el niño que yo fui dice que un niño,
que es Dios, en una gruta, en un pesebre,
cual milagro mayor, nos ha nacido.  

¿Y dónde se halla? ¿Dónde está ese espacio?
Y en el mapa que llevo, aquí, escondido
en la conciencia, busco ese lugar.
Y lo encuentro en la sangre de ese herido

que se da a los demás. Y en la patera
que cruza el mar llevando un amasijo
de sombras sobrehumanas. Y en la cárcel,
donde anidan la culpa y los olvidos.

Y en la mesa del pobre. Y en el llanto.
Y en los ojos del hombre perseguido.
Y en cada corazón esclavizado.
Y en cada soledad. Y entre los trigos.

Y en cada voz que siembra libertad.
Y en medio del dolor, en cada grito.
Y en cada paz del alma que se ofrece.
Y en cada mano abierta que hace amigos...

Está en la Navidad que se celebra
y en Belén, donde el sol ha descendido.
¿He dicho Navidad? ¿Qué es Navidad?
¿Belén? ¿Dónde Belén? ¿Dónde ese sitio?

Navidad es soñar con ser mejores.
Y Belén está dentro de uno mismo.              

                            

martes, 3 de diciembre de 2013

SENTENCIADO POR LA MAFIA

Cuando en una sociedad la justicia no funciona, la corrupción se generaliza, los políticos son indiferenciados, la irresponsabilidad es la norma, la mentira aflora como la hierba, la mala educación impera, la división se acentúa  y cada uno va a lo suyo..., no es que esté enferma, es que está muerta.

            Y nuestra sociedad está muerta. Y lo está porque aquí no es que la justicia no funcione, es que no se le conoce. Aparte de favorecer a los delincuentes y canallas, ser lenta, interesada y partidista y estar politizada, es inmoral y desastrosa. No existe ningún territorio en el mundo donde se dejen salir a la calle a terroristas, criminales, violadores, mafiosos, ladrones... ¿Pero dónde se ha visto eso? Aunque la ley Parot haya sido un parche y el código penal, por el que nos regíamos y no se quería cambiar, una porquería. Se imaginan la que se hubiera armado, por ejemplo, en Estados Unidos si se hace algo parecido, soltando a personas condenadas a cientos de años. Impensable. Arden los estados y el presidente a la cabeza.
           
Y lo está, porque la corrupción huele a cañería de cieno y estiércol por todas partes. Corrupción en partidos, sindicatos, bancos, negocios, sanidad, oeneges, cofradías, asociaciones... Corrupción incluso uno en uno mismo. Lavándonos la conciencia desde la infamia de creer que los fines justifican los medios.

            Y lo está, porque los políticos no son sólo indiferenciados, sino despreciados por los ciudadanos. Nadie cree ya en ellos. Y se lo han ganado a pulso. Ahí los tenemos aferrados al poder como sea. Ahí, líderes de los grandes partidos cambiando de piel como las serpientes para seguir reptando por medio de las hojarascas en forma de billetes, mintiendo como bellacos, prometiendo lo que luego no solo no cumplen, sino que hacen lo contrario. Ahí alcaldes aferrados a sus cabezonerías egoístas rodeados de concejales serviles y mediocres para que no les hagan sombra.

            Y lo está, porque hay una irresponsabilidad que nos la pisamos. Vamos de chapuza en chapuza, de engaño en engaño, de ese no es mi problema al eso es lo que hay y apáñatelas como puedas.

            Y la está, porque la mentira aflora por todos lados. Mentimos hasta cuando queremos decir la verdad. Mentimos diciendo sí cuando es no y viceversa. Mentimos sobre todo cuando debiendo hablar, guardamos silencio. Mentimos cuando damos largas para cansar y sea el otro el que se dé por vencido. Mentimos sin descanso, como llenos, hartos, ciegos de hipocresía.

            Y lo está, porque ya no se puede ser más maleducados. No hablamos con moderación, no guardamos las formas, no cuidamos el lenguaje, andamos de grosería en grosería, faltándonos al respeto. Y si alguien comete el más mínimo error, saltan contra él lanzándole todo tipo de improperios, gritos e insultos, y más de quienes si son ellos los que los cometen y algo les reprochas, te responden con enorme desconsideración cuando no con amenazas.   

            Y lo está, porque andamos divididos. Cada comunidad, cada pueblo, cada trocito de territorio enquistado en su sí mismo, girando alrededor de su propio ombligo, creando fronteras, alzando barreras, trivializando pensamientos... y algunos luchando con todo tipo de armas por el secesionismo y la separación.

            Y lo está, porque tanto a nivel colectivo como individual cada uno anda arrimando el ascua a su sardina y cada palo aguantando su vela. Enriqueciéndose unos cuantos a costa de exprimir y dejar morir de hambre y de miseria a otros muchos.

            Ya sé que alguien pensará que me hallo un tanto en negativo, que la cosa no está tan mal. Y puede que tenga razón. Pero es lo que veo y lo que siento, y más después de encontrarme hace unos días con unos señores desaprensivos, de esos que van de buenos por la vida, que zaherían, vilipendiaban y denigraban sin piedad a una humilde persona, sin que nadie hiciera nada. Y, por salir en su defensa, recriminándoles los hechos y exponiendo que actuaban desde una falsa autoridad rellena de soberbia, haciendo como que no, pero hacían..., ando a día de hoy sentenciado por la mafia.    


martes, 12 de noviembre de 2013

¿QUÉ HA HECHO ÚBEDA POR ANTONIO MUÑOZ MOLINA?

La tarde noche del último viernes de octubre, me vestí de gala y me senté ante el televisor consciente de que iba a presenciar uno de los actos más excepcionales de la Historia de mi pueblo y de mi propia historia: la de ver a Antonio Muñoz Molina recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

            Y desde el espacio en penumbra de mi salón, vi al escritor subir al escenario Campoamor de Oviedo, junto al resto de los premiados, sin poder evitar sentir en mi alma un extraordinario orgullo que me emocionó hasta el punto de creerme en un sueño. Ese sueño de verlo después pronunciar su discurso, tan literario como pausado. De verlo recibir el diploma acreditativo de manos del príncipe Felipe... Sueño que alcanzó su punto cumbre cuando, con el título en sus manos, se fue hacia el público para saludar, como con miedo, sin poder evitar que su innata timidez le doblegara la mirada, y yo me levanté de mi sillón, con lágrimas en los ojos, para aplaudirle con todas mis fuerzas. Y lo hice, especialmente, porque Antonio, que anda ya en ese reino donde los reconocimientos importan lo justo y necesario, había confesado que la alegría que sentía por el premio era, más que por él mismo, por la ilusión que sabía despertaba en sus amigos, su familia y sus lectores... Entre los que me cuento.

            Y Úbeda, la Mágina de Antonio, esa Úbeda que, irremediablemente, sin poderlo evitar, le inspira porque la lleva en el corazón y en la mente... ¿Qué premio le ha concedido a este hombre universal e ilustre, al más grande y genial escritor que esta tierra ha dado? ¿Qué se le ha otorgado a nivel de pueblo? ¿Qué se le ha dado desde la oficialidad, desde nuestro Ayuntamiento, que está obligado a gobernar para todos, sin estrecheces de miras personales; desde un alcalde y unos concejales que han de estar abiertos y al servicio de sus ciudadanos, y no al revés; desde una Concejalía de Cultura que ha de tener su despacho abierto de par en par, para eso es de la Cultura, a todos, y más a la gente que ama y lucha y muere por ella, y no encerrarse su mandamás detrás de varias puertas con sus correspondientes guardianes, como en un castillo en propiedad que habrá de dejar más pronto que tarde...?

            Nuestro pueblo, digo, ¿qué ha hecho por Antonio aparte de una medalla que creo que ni ha recogido y darle una redonda que ni casas tiene? ¿Le ha organizado un homenaje clamoroso como otros pueblos lo hacen con sus campeones? ¿Le ha puesto ya su nombre a alguno de sus institutos o colegios, y a alguna de sus grandes avenidas, y a alguno de sus grandes centros culturales...? ¿Le ha levantado ya un monumento en bronce, aunque sea a nivel de calle?... ¿Ha marcado con placas de cerámica los lugares por los que aquí anduvo? ¿Se han construido cartelas con frases suyas para referenciar rincones, casas y espacios a los que hace mención en sus obras para honrarlos aún más?... ¿Cuándo Úbeda lo hará? ¿Cuando muera? ¿Ni siquiera después de muerto? Tanta frialdad, ¿no habrá de romperse nunca? ¿Cuándo la Úbeda de las personas nobles, justas, generosas, independientes y buenas vencerá a la Úbeda de los egoístas, sibilinos, partidistas, falsos y envidiosos...? ¿Cuándo?


viernes, 1 de noviembre de 2013

EL HOMBRE Y LA MUERTE JUEGAN AL AJEDREZ





El juego de  ajedrez no es otra cosa
que una historia de lucha inevitable
del hombre con la muerte. Salen blancas,
                        el color de la vida cuando naces.

                        Y avanzas. Mueves ficha. Los peones
                        –pequeños salteadores incansables–
                        buscan abrir caminos. Los alfiles
                        divisan las distancias que nos salen.

                        Mientras, las torres miran hacia arriba
                        tal vez soñando un sueño inalcanzable.
                        Los caballos bien saben cómo hacer,
                        y saltan por encima, y son cobardes,

                        y atrevidos también, y solidarios...
                        La reina vale mucho, cual la sangre,
                        como la libertad o la esperanza,
                        como el amor que prende y que nos arde.                  

                        A veces nos parece que ganamos,
                        movemos y comemos insaciables...
                        Superamos heridas, amenazas,
                        escapamos del mar de los embates...

                        Pero por más que andemos resistiendo
                        y buscando estrategias que nos salven,
                        al final mueven negras rodeando
                        la figura del rey...
                                                           Y jaque mate.


                       

domingo, 13 de octubre de 2013

CUANDO EL DESEO ES MAYOR QUE LA REALIDAD

El director de la residencia para personas mayores me hizo saber que había logrado reunir a un grupo de ancianos y ancianas que deseaban hacer teatro.

Varias veces estuve con ellos. Pretendía darles conversación para estudiar sus caracteres, sus maneras de expresarse, su facilidad de palabra, su predisposición, el tono y la intensidad de sus voces... y así, basándome en tales características, poder escribir una pequeña obra teatral acorde con la situación.

Pronto me llamó la atención uno de los componentes. Una mujer alta y delgada, de agradable presencia pese a estar más cerca de los ochenta que de los setenta, bondadosa, muy dulce al hablar y que daba muestras de tener una gran cultura. Y me llamó la atención especialmente porque llevándome aparte me rogó que el papel que escribiera para ella fuese muy breve, y no porque careciera de memoria o de ilusión, sino porque estaba muy ocupada. Tenía yo que tener en cuenta, me dijo, que rara es la tarde que no venían sus cuatro hijos a verla, así como la mayoría de sus nueve nietos, en especial la mayor, la que cuando era pequeña sólo se quería ir con ella y que ahora estaba ya en la Universidad estudiando una carrera muy difícil. Además, extraño era también el día que no tenía que responder a las muchas cartas que ellos le escribían. Es que todos me quieren mucho, ¿sabe?

Intenté no agobiarla. Pensé entonces que lo mejor era que, dado que tenía tales ocupaciones, se dedicara y disfrutara plenamente de ellas. Pero tampoco quería perderla como actriz, dado su talento.

Llegó el día en que repartí los papeles. Para usted, Carmen, éste que sólo sale una vez a escena, pero que es gracioso y al mismo tiempo emotivo, tiene usted que hacer que el público se ría y cuando lo esté haciendo, emocionarlo hasta hacerle llorar.

No sé si tendré suficiente tiempo. Ya le he dicho que lo primero es atender a mis hijos y a mis nietos que vienen todas las tardes a verme porque me quieren mucho. Precisamente cuando tenemos la hora de ensayos. No pasa nada, le respondí, no se preocupe, que si estamos ensayando y vienen sus hijos y nietos, usted deja la actuación y los atiende. No habrá problema... Su familia lo primero.

Carmen se sintió así más tranquila. Desde ese día hemos ensayado en cinco ocasiones, una vez por semana, los viernes. Y las cinco, mire usted por donde, a los diez minutos de estar ensayando, Carmen miraba por la ventana y haciendo señas les indicaba a sus hijos y nietos que enseguida salía. Pues nada, mujer, vaya con ellos. Y tan feliz. Nos decía a todos adiós, y salía como en una nube para perderse por alguna de las muchas salas de la residencia.

El último viernes fue el pasado. Al salir Carmen para estar con los suyos se dejó olvidado el texto de su papel sobre una silla. Antes de marcharme fui a buscarla para dárselo y así pudiese seguir estudiándoselo tranquilamente... Y por fin, tras buscarla por todos los rincones, y no hallarla, cuando me dirigí al aparcamiento para coger el coche, me pareció verla a lo lejos sentada en el filo de una de las ventanas bajas, cercanas a la iglesia. Hablaba con alguien. Al principio creí no ver con quién, después observé que lo hacía mientras miraba algo que tenía entre sus manos. Sólo cuando llegué a su lado fue cuando Carmen me aclaró que hablaba con cuatro personas mayores y nueve pequeñas... Son mis hijos y mis nietos..., añadió con lágrimas en los ojos. Se hicieron la fotografía unos días antes de traerme a esta residencia para que la tuviera de recuerdo. De esto hace ya cinco años y siete meses... Y aunque no vienen en carne y hueso, yo todas las tardes hablo con ellos a través de ella... Es lo mismo, ¿a que sí?

-Sí, claro, Carmen. Es lo mismo. El diálogo que se hace desde el corazón rompe siempre todas las distancias y todos los espacios y todos los tiempos.
-Y mira, mira, ésta que está aquí es mi nieta mayor, la que cuando era pequeña sólo se quería venir conmigo... Como ahora... Es guapa, ¿verdad?
-Muy guapa, Carmen..., guapísima... Aunque no tanto como lo es usted.
-¿Cuándo es el próximo ensayo?
-El viernes que viene.
-Es que no sé si podré acudir. Porque si vienen mis hijos...
-Si vienen sus hijos dígales de mi parte que es usted una gran actriz y una persona extraordinaria capaz de amar como nadie.

Hoy, cuando he llegado a ensayar, Carmen andaba ya enterrada. Ninguno de sus nietos ha acudido a despedirse de ella. De los cuatro hijos, sólo uno de ellos, y no para darle un último beso... sino para ver lo que era de su madre y llevárselo. Dice el director de la residencia que la encontraron el lunes, al atardecer, en su cuarto, sentada en un sillón, con una especie de foto bastante estropeada entre las manos. Una especie de foto muy antigua en la que no se veía a nadie, sólo unas letras escritas a bolígrafo sobre el blanco de fondo:
Mis cuatro hijos y mis nueve nietos que tanto me quieren.

viernes, 4 de octubre de 2013

LOCOS COMO CABRAS

En un lugar de cuyo nombre bien que me acuerdo, existía un grupo de locos como cabras que, desde hacía lustros, no los unía otra cosa que el odio visceral al director del manicomio. No eran muchos y no tenían ningún quehacer salvo dar vueltas por los pasillos y el patio y ver el modo de fastidiar a quien era el máximo responsable del centro y a las buenas personas del servicio. El mayor, que ejercía de líder, rechoncho y diligente, siempre apoyado en un viejo bastón de marfil, gustaba de gobernarlos a base de mítines de barrio. Había también un filósofo amante de la cultura clásica pero sin cultura. Y un ser solitario, muy piadoso, que se vendía por un plato de lentejas. Y un listo. En todos los grupos siempre hay un listo que ante cualquier reflexión que escucha suelta con autosuficiencia relamida un “¡¿quién ha dicho eso?!”. Ah, se me olvidaba, y con ellos un pedantón que se creía de día Adonis y de noche Apolo. Y junto a ellos, unas cuantas mujeres que imaginaban ser cisnes y que iban de comparsa.

            Una noche de plenilunio, impresionado por la grandeza e inmensidad del brillo lunar, y para que el director del manicomio fuera expulsado y así quedarse ellos como dueños absolutos del centro psiquiátrico para convertirlo en un complejo de juergas, inmoralidades y anarquías, el jefe propuso coger la luna. Si lo lograban la fama sería descomunal, el éxito sorprendente y la riqueza infinita. Y así, ante tan alto logro, demostrarían que de locos nada, que el loco sólo era su carcelero y cuantos le seguían. Y entonces, ricos ya, muy ricos, mediante estrategias mafiosas, levantamientos de falsedades, denuncias y compran de voluntades, los crucificarían o, al menos, los empujarían al exilio y el hambre.

 
            Manos a la obra, se dijeron. El filósofo entonces tomó la palabra. Reflexionó: “¿Y si cogiendo la luna los dioses nos castigan?” A lo que respondió el listo de inmediato: “¡¿Quién ha dicho eso?!”  El pedantón intervino: “La luna puede estar llena de piedras preciosas, ¿no veis cómo brilla?” Pero el solitario le contradijo: “Lo mismo es de nata y hasta nos la podemos comer”. Las mujeres nada dijeron, sólo observaban. Tan solo una de ellas, tras cada respuesta que escuchaba, viniese de quien viniese, decía por lo bajini: “Sí, sí, sí, sí, sí...”, casi hasta setenta veces siete.

            “Hagámoslo por votación”, dijo el gran jefe golpeando con energía el suelo con su bastón de marfil. “Aprobado.” “Pues manos a la obra.”

            Así que durante varias noches, los locos, escondidos en los sótanos del manicomio, crearon unos extraños artilugios seguros de que apoyándose en ellos poseerían la luna. Y cuando creyeron que había llegado la hora, a eso de ya entrada la madrugada, salieron al patio para poner en práctica el curioso experimento. Mas, ¡ay, sorpresa! La luna aparecía ya en cuarto menguante, en forma de tajada de melón, a modo de una gran cornamenta. El primero en darse cuenta fue el filósofo: “Alguien se ha chivado a la luna de que íbamos a cogerla y ha sacado los cuernos para defenderse”. De inmediato respondió el listo: “¡¿Quién ha dicho eso?!” El pedantón lo reafirmó: “Es cierto, la luna ha sacado sus cuernos y está en posición de embestir”. Fue entonces el solitario muy piadoso, olvidando que en el más allá hay una existencia eterna llena de felicidad infinita, quien dio la solución: “Yo no pienso poner en riesgo mi vida. Me largo ahora mismo de aquí. Adiós”. Y salió pitando. El pedantón hizo lo propio. Y el filósofo. Y las mujeres, tan asustadizas ellas, salieron como patos torpes en desbandada. Entonces, el jefe, enojadísimo, furioso como un poseso, con los ojos desencajados por la rabia, a punto de darle algo, sin parar de golpear su bastón contra las artilugios creados, a grito pelado exclamaba: “¡¿Pero estáis locos?! ¡¡No corráis que es peor!!”. A lo que respondió el listo mientras tomaba carrerilla para salir escopeteado: “¡¿Quién ha dicho eso?!” Mas el viejo gurú de la tribu insistía: “¡Volved! ¡Si no hemos podido alcanzar la luna podemos construir una bomba y hacer que el director, sus compinches y el manicomio entero estallen por los aires! ¡Volved! ¡Venga, volved, os lo ordeno!”

            Pocos minutos después el patio quedó desierto. Los locos como cabras se acostaron como si no hubieran roto un plato. La luna mientras, desde sus cuernos de plata, se reía a carcajadas.

Como yo me río también de los cuernos y de las cabras. Pero cuando sé que a los locos los mueve el odio, el odio ciego, entonces..., entonces lo que siento es, más que miedo y pena, pánico.



jueves, 19 de septiembre de 2013

EL DAÑO DE LOS CRISTIANOS INCOHERENTES

El Papa Francisco, en el vía crucis de Copacabana, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Brasil recientemente, dijo así:“Jesús se une a los jóvenes que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.”

            Pero quizás al Papa se lo olvidó, o no quiso ir a la otra cara de la moneda. Porque si muchos jóvenes y no tan jóvenes se han apartado de la fe, de la Iglesia y de Dios por la incoherencia de los cristianos, y el Señor, sin embargo, se une a ellos, cuánto no, por el contrario, se desunirá y alejará de quienes son los causantes de ese apartamiento.

            Porque causantes los hay y muchos. En mi ciudad, sin ir más lejos, como en todos los lugares, no hay más que ir a una misa o presenciar una procesión, de las muchísimas que se organizan, para ver a algunas personas indignas ocupando los primeros bancos y yendo las primeras a comulgar con rostro compungido para marchar después, haciéndose notar, al lado de la imagen de Cristo o de la Virgen por las calles con la bandera, el varal o la vela... Cabezas altas, pecho fuera, paso firme, altivez, jactancia y orgullo...

            Personas indignas, digo, porque son los escribas y fariseos de nuestros días, a los que Jesús desenmascaró sin contemplaciones. Escribas y fariseos que atacan a sus propios hijos, siembran cizañas, roban sin cesar, comercian con engaños, gustan de adular a curas y monjas, piden para los pobres y se lo quedan, dicen ser lo que no son, usurpan cargos, mienten, calumnian, avasallan, se venden, traicionan... y son tragones y comilones hasta reventar.

            Personas malas las hay alrededor de cada uno de nosotros, no cabe duda... Mas ellos saben que lo son porque gozan haciendo daño y, en su rabia, envidia y maldad, se acartonan, pero sin embargo no pisan una iglesia y huyen del Señor como de la peste. Para éstos, simplemente desprecio. Para los otros, aquéllos que son igual de malos o peor, pero van a la iglesia y comulgan y procesionan para que los vean y dar así la imagen de lo que no son, los hipócritas de libro, los verdaderos sepulcros blanqueados, no sólo desprecio sino lástima, porque tarde o temprano pagarán su fechoría. La fechoría de que por culpa de personas como ellos, muchos jóvenes y no tan jóvenes, se apartan del camino de la fe y de Dios. Como un familiar mío, su esposa e hijos, católicos ejemplares que desde hace un par de años abandonaron la Iglesia porque –dicen– no pueden pertenecer a una institución sagrada y fraternal en la que han de encontrarse dentro de ella con la maldad personificada. Personificada en un matrimonio que les viene persiguiendo y haciéndoles la vida imposible, usurpando, maltratando, injuriando, calumniando, levantando falsos testimonios, incluso denunciándolos a la justicia, que hasta por dos veces ha tenido que archivar las falsas denuncias y los recursos correspondientes... Un matrimonio meapilas que aparece con cara de no haber roto un plato en las misas y en todas, absolutamente en todas las procesiones de Úbeda a la sombra de una cofradía y grupo de adoración él, y de la bandera de una reconocida asociación mariana ella. Un matrimonio raza de víboras, falso y siniestro que podrá engañar a unos pocos algún tiempo pero que acabará desenmascarado por todos todo el tiempo. Ya casi lo están, ya estarían completamente solos de no ser porque se han aliado con los que obran el mal y son ateos e idólatras. Como Caifás, sacerdotes, escribas y fariseos se unieron con Pilato y los suyos para acabar con Jesucristo. ¡Qué tremendo! La Historia no deja de repetirse.




martes, 3 de septiembre de 2013

EL AJEDREZ DE LA VIDA

El ajedrez tuvo sus inicios en la India, de donde pasó a Persia y de allí a Europa, que lo desarrolló en la forma que ahora lo conocemos.

            El ajedrez es un juego de estrategia a modo de una gran batalla en la que, dentro de un campo de 64 escaques o casillas, se sacrifican peones, torres, caballos, alfiles y hasta la reina... con tal de que no maten al rey. Porque quien mata al rey, aún teniendo más piezas perdidas, gana.

            El ajedrez, por lo tanto, es muy propicio a hacer pensar y reflexionar, a la corta y a la larga. ¿Qué pieza muevo? ¿Y qué pieza moverá el contrincante o enemigo a continuación? Entonces, ¿es mejor mover la torre o el caballo? ¿Y si adelanto a la reina dos casillas? Mejor será mover un simple peón para despistar, dejarlo desprotegido y que mi rival pique comiéndoselo con el alfil... Mi movimiento posterior será comer yo  su alfil con la torre que está lejana y no se está percibiendo de su situación... Él me amenazará de inmediato con el caballo, pero yo la retiraré de nuevo cinco escaques desde donde daré jaque al rey y de paso también a su reina, que está justamente situada al otro lado de la horizontal. Si no mueve el caballo para proteger al rey, ganaré. Y si me come con la reina yo me la comeré con el peón y habré dando un gran paso hacia la victoria final.

Maravilloso juego este del ajedrez. Lo malo es que todas las personas juegan al ajedrez en el tablero de la vida. Así que digo Diego para que el otro piense que digo Diego cuando quiero decir digo... Y me comporto de un modo negro pero con la intención de que el otro crea que es blanco. Y expreso que sí, siendo sí. Para después decir sí cuando es no. Y el juego nos va haciendo, a cada paso que movemos piezas, más sibilinos, calculadores, mentirosos, falsos e hipócritas... Y nos estrujamos los sesos pensando en lo que el otro piensa, para yo pensar y que el piense, dudando, recelando, desconfiando... Hasta el punto de no saber ya, llenos de heridas y piezas aniquiladas, mareados, dónde estamos, qué pretendemos, qué quieren los demás..., ni lo que es verdad o mentira.

Y entonces, sólo hay dos caminos, o sigues jugando, resistiendo, peleando, luchando, encenagándote... O te cansas, y das un golpe sobre el tablero y adiós piezas. En el primero, lo más seguro es que al final pierdas. Y si ganas, el éxito te lo amargarán nuevos contrincantes que vendrán de inmediato a retarte. En el segundo, perderás por abandono y desertor. Pero lo peor es que te llamarán entonces de todo, desde cobarde hasta loco, pasando por soberbio, maleducado y mala persona. Y es que negarte en nuestra sociedad a jugar al ajedrez es etiquetarte de demente y condenarte al ostracismo. Evidentemente, los jugadores de ajedrez que se han salido con la suya y han vencido, sacándote –nunca mejor dicho– de tus casillas, se frotarán las manos al tiempo que, con nuevos movimientos de fichas, intentarán lograr, si además andan arrastrados por el odio y la envidia, que aparezcas como despreciable e indigno, y ellos salgan aún más fortalecidos y admirados. Miel sobre hojuelas. Partida doblemente ganada.

El juego del ajedrez entre dos personas es tremendo. Cuánto más no lo será cuando juegas contra muchos en un mismo tablero y al mismo tiempo varias partidas simultáneas, siendo a la vez jugador y pieza.  Como para salir corriendo y perderte. Pues eso.

jueves, 15 de agosto de 2013

AVANZAMOS

Avanzamos. Cada día que pasa, el ser humano sube un peldaño más en la escalera del progreso, hacia el último piso sin número porque nadie sabe dónde termina el rascacielos.

         Avanzamos en tecnología, ciencia, medicina, investigación, medios... Avanzamos en inventiva, conocimiento, comunicación... Pero, por el contrario, tristemente, retrocedemos en Humanidad. La sociedad cada vez está más dividida en lugar de unirse. Por todas partes vemos cómo fluye la insolidaridad, la falta de respeto, el egoísmo, la mala educación, las ingratitudes, las maledicencias, las intransigencias, las mentiras, la corrupción...
            El hombre asciende en todo cuanto le rodea pero desciende en todo lo que lleva dentro, hasta el punto de que el corazón ya no es otra cosa que un músculo, la conciencia un invento de los aguafiestas y el alma un cuento chino que escribieron los sacerdotes de todos los tiempos para asustarnos y someternos al poder de los dioses...

            Avanzamos, pero a la vez los avances nos minimizan. No hay más que mirar a nuestro alrededor y comprobar cómo todos estamos dirigidos por la televisión, que nos atonta, instruye y maneja. Y cómo la inmensa mayoría, sobre todo jóvenes, andan atados de día y de noche a teléfonos móviles, computadoras y tabletas, recibiendo, mirando, enviando, escribiendo y hablando superficialidades e idioteces, juntos unos con otros pero todos inyectándose sobredosis de soledad y de vacío. Esclavizados.  Dicen que ya hay infinidad de adictos a un rectángulo sacadineros. Locos y esquizofrénicos que aman a sus celulares más que a sí mismos. Pero lo que hay en verdad son chutes de ignorancia y de desprecio a la libertad que tan hermosa es. Lo que hay es un diluvio de incultura cayendo sobre el mundo. Negocio para ricos multimillonarios que viven en islas paradisíacas mientras los demás discuten, enfadadísimos, con el pobre empleado “quitavergüenzas” porque este mes, como casi todos, en la factura del contrato les han cobrado de más.

            Avanzamos, pero la naturaleza que es la que nos mantiene vivos cada vez está más enferma. Millones de hectáreas de monte se queman y destruyen cada año. Millones de toneladas de porquería ensucian tierras y mares. Millones de trozos de hielos polares se descongelan. Millones de gases contaminan la atmósfera y rompen la capa de ozono. Millones de riachuelos desaparecen o son manchados de veneno. Millones de árboles son cortados por manos arboricidas y especuladoras. Millones de animales desaparecen sin entender nuestro miserable proceder de seres superiores. Millones de personas viven en la pobreza, la esclavitud, la miseria, el abandono, la prostitución... Millones de niños mueren de hambre, de tristeza, de enfermedades curables...

            Avanzamos, pero se nace cada vez más fría y mecánicamente. Ya nadie da a luz en las casas, sólo algunos románticos y ecologistas convencidos. Se nace en hospitales, entre luces extrañas, pasillos interminables, quirófanos y paritorios inquietantes y tétricos, personal desconocido, sin calor familiar alguno (sólo desde no hace mucho tiempo se permite la presencia del padre que lo solicita). Buscando no pocas veces también, más que la naturalidad del parto, la comodidad profesional del personal sanitario, por lo que, sin ninguna necesidad, se anestesia a la mujer, o se la raja, o se le ponen ventosas o forceps, o se le hace la cesárea... Se nace como un número más para la estadística de los políticos que luego muestran con orgullo en algún debate para justificar sus sueldos de sanguijuelas. Como si todo esto, además, después, no trajera problemas y complicaciones a muchísimas madres y a muchísimos hijos... Esos hijos, dicho sea de paso, que sí han tenido, pese a todo, la suerte de nacer, porque el avance, que ha venido a salvar a muchísimas parturientas de la muerte –justo es reconocerlo–, no nos ha servido, sin embargo, para proteger por todos los medios a los nasciturus que andan latiendo con ansias de vida en el seno de la madre, abortándolos. ¡Qué tremendo! Y, para colmo, morimos también en la mayor de las soledades. Ya son pocos los que mueren en su casa, en su hogar, en su cama..., en su lecho de vida, en ese espacio donde compartió sueños, esperanzas, proyectos, juegos, amores... La inmensa mayoría muere hoy sufriendo la terrible soledad de verse aislados, solos, en medio de una sala envuelta en cristales escarchados, perforadas y profanadas la carne y la sangre por agujas impasibles, rodeados de artilugios, de cables, de gomas, de batas blancas y verdes que van y vienen como sombras sonámbulas que esperan marque el reloj la hora para salir corriendo... Y no hablo de eutanasia, hablo de morir con naturalidad cuando ya no hay ninguna solución, cuando la muerte llega, fuera, por lo tanto, de UVIs infranqueables, tratamientos brutales y conexiones a máquinas que convierten en vegetales sin posibilidad de llegar a nada. Hablo de morir con resignación, con aceptación. Incluso, si se es creyente, con esperanza, con la posibilidad de rezar y ser atendidos espiritualmente, sintiendo en el pecho el deseo ferviente de encontrarse con su Dios. Morir de la forma más digna, acompañado de los suyos, sintiendo sus presencias, rodeado de cariño, sabiendo que su ser más querido anda ahí, a su lado, mirándose ambos, cogidos de la mano, como ayudándote para que el salto al más allá se haga más amable y más tranquilo.  

 
            Avanzamos, mas no aprendemos a morir. Vivimos como si fuésemos eternos, de ahí la ceguera de las ambiciones, sin disfrutar en verdad de las cosas maravillosas que nos regala la existencia, como si todo fuera para siempre, ajenos a la inevitabilidad y necesidad del óbito. Mi padre solía decir, fruto de una sabiduría popular admirable, que era necesario que unos mueran para que otros vivan. Y eso que mi padre no conocía el relato de Tim Bowley, en el que contaba cómo un joven, para salvar a su madre moribunda, reta a la muerte a meterse en una botella y, al hacerlo, logró atraparla, cerrándola. Desde entonces nada ni nadie moría. Pero tampoco nada se podía comer. Mas no sólo eso, sino que cada vez había más insectos, reptiles, arañas, ratas... Algo insoportable. La misma madre le pidió liberase a la muerte. Al hacerlo, ella murió de inmediato. Pero todo volvió a la normalidad. Muerte y vida, concluye el autor: la cara y la cruz de una misma moneda.

            Avanzamos, subimos, ascendemos, incluso estamos a punto de llegar a las estrellas y cogerlas con las manos... Avanzamos, pero no lo suficiente como para que las personas de este mundo alcancemos el suelo de la sensatez.  

domingo, 28 de julio de 2013

HOMBRES DEL CAMPO


            Caminos de mi Úbeda asombrosa,
            estelas en el mar de los olivos
            mirando a las montañas misteriosas,
            llevando a las alturas de uno mismo.
           
            Caminos hacia siempre, hacia la aurora,
            hacia el sueño y la vida, hacia los siglos,
            hacia el libre misterio de las horas...
Caminos de mi Úbeda, caminos.


Y por los caminos... la magistral lección de los hombres de bien.

Cuando en las ciudades la hoguera de la soberbia, la falsedad, el desamor, la insolidaridad y la mala educación anda incinerando el corazón de aquéllos que las habitan; cuando el humo ya ciega las miradas y corre abrasando el alma y la conciencia de todos nosotros; cuando todo es ya una selva rodeada de fuego buscando empujar al abismo la convivencia y la tolerancia; cuando ya nadie sabe a qué viene tanta pesadumbre, odio y desconsideración, tanto desconcierto... Uno se va y se pierde por los caminos del silencio hecho sinfonía y encuentra otro mundo de hombres grandes y sencillos.

Son los agricultores, los hombres del campo, personas capaces de pararse si te ven para ofrecerte su coche, su tractor o su remolque, su agua y su pan, su ayuda... y siempre, siempre, sin excepción, te regalan su saludo, y no pocas veces sus palabras de ánimo, de comprensión y de amistad...

Llevo algunos años andando por esos caminos de mi Úbeda. Y jamás me he sentido desamparado. Cuando a lo lejos escucho la labranza de un hombre del campo, sé que cerca tengo una mano extendida que me prestaría toda la ayuda del mundo si la necesitase, un amigo que sin conocerme de nada no dudaría en socorrerme, un compañero del alma, compañero –otro Ramón Sijé– con el que hablar de la vida y de la muerte junto a las aladas almas de las rosas del almendro de nata.

Y es que el campo nos hace ser más nobles. En el campo todo es más humano y más hermoso. Todo es tan misterioso y tan grande que nos vuelve más pequeños y menos orgullosos, más sabios, mejores.

En el campo se lucha con la tierra sabiendo que somos tierra, parte de su forma, hijos de su entraña. Tal vez por eso, el labrador, el campesino que la trabaja y derrama en ella el sudor de su frente y de su corazón, se crea tan poca cosa y se sepa, al mismo tiempo, tan distinto, tan especial, tan único... Son, en el fondo, los seres más cercanos a Dios. Ese Dios que nos hizo del barro para que nunca nos creyéramos luz de estrellas.

En el campo, el mundo sigue siendo mejor. Mucho mejor. Es mejor pese a que algún perro sin alma pueda también ladrarte y hasta intentar morderte. Me convencí del todo cuando no hace mucho una destartalada furgoneta de pobres inmigrantes se paró para preguntarme si me llevaban a algún sitio, y, sobre todo, cuando un amigo de la infancia, que hasta ayer evitaba saludarme al cruzarnos por la calle, el otro día paró su coche para ofrecerme su ayuda pensando que algo me había sucedido, al verme andando, por ahí, perdido, en plena mañana, bajo el implacable sol del verano.

-Gracia. Sólo voy dando un paseo.
-De nada. Ahí, en ese cerro, tengo un olivar. Si alguna vez necesitas algo y estoy por aquí, ya sabes donde me tienes, sin ningún problema.

Desde ese momento y hasta llegar a la casa, mis ojos no veían con claridad porque una niebla de emoción me empañaba las pupilas.

Mi gratitud para todos vosotros, hombres del campo.  


viernes, 12 de julio de 2013

EL BAILE DE LA SERPIENTE CANALLA

“La venganza es sólo un placer de pequeñas almas”, decía el poeta latino Juvenal. Y venganza es lo que movió al pequeño hombrecillo, José Bretón, a asesinar a sus dos hijos.

            Lo tenía todo perfectamente planeado desde hacía tiempo. Su mujer se separó de él y para una persona arrogante y engreída eso es demasiada ofensa. Te vas a enterar. Si no te tengo yo a ti, tú no vas a tener a los niños. Y la venganza, que es una máquina motosierra movida siempre por el motor del odio, se puso en marcha y arrasó con todo el bosque de la clara inocencia.

            Se hizo de medicamentos fuertemente sedantes. Compró gasoil a cántaros. Se buscó coartadas. Se cuidó de tener el móvil apagado. Preparó el lugar del crimen. Encendió el fuego y arrojó en él los cuerpecillos de una niña de seis años y un pequeño de dos. Y cuando la lumbre lo redujo todo a cenizas salió rumbo al viaje de nunca regresar. Al parque Cruz Conde de Córdoba, donde apenas nada más llegar se le perdieron los dos pequeños. Alguien se los habría llevado. Una llamada al 112 y todo concluido. La venganza servida en plato frío. Incluso hasta tuvo tiempo, ya descargado del peso de querida ex-esposa ya no tenemos nada que nos una, ni que me una a tu despreciable familia, de coquetear con una antigua novia para reclamarle el beso que una tarde de muchos años atrás, por culpa de un flemón, le dejó a deber. Perfecto.

Pero a los débiles siempre se les coge porque, en el fondo, no suelen ser muy inteligentes. Y cuando todo estaba muy a su favor, sobre todo porque los cuerpos de los pequeños no aparecían, y los restos encontrados en la hoguera de su cortijillo eran, según la experta forense policial, nada menos que con treinta y tres años de servicio, venida de Madrid, de animalillos, aparece, diez meses después, el ángel de la justicia implacable con nombre y apellido (el doctor Francisco Etxeberría) para exponer, sin ningún género de duda, que los huesos hallados en Las Quemadillas eran inequívocamente de seres humanos. Y todo resuelto. La puerta en las narices.

            Estuve en el juicio. Pude hacerme de una acreditación y asistí a varias sesiones. Vi y escuché la declaración de testigos, forenses, arqueólogos, antropólogos... así como las llamadas telefónicas que fueron grabadas y los vídeos pertinentes... Vi cerca de mí, a dos pasos, al hombrecillo exmilitar que sirvió en Bosnia y se emborrachó de violencia porque las guerras siempre inyectan ardores feroces y ciegos en las venas. Entró y salió una y otra vez en la sala escoltado y esposado sin fijarse en nadie... Ahí, enclenque, pusilánime, sin apenas gesticular... Ahí, un cuerpo reptando hacia su propia escoria de muladar. Ahí, todo un ser despreciable y aborrecible que es capaz de engañar a dos criaturas limpias y puras, sus propios hijos, lo que más se quiere en este mundo, para después envenenarlos y, posiblemente aún vivos, quemarlos a más de mil grados. No hay motivo ni justificación que alcance tal extensión. No puedo creerlo. No puedo. Me resisto. Aún hoy, que ya no es presunto, sino culpable por unanimidad del jurado, me cuesta creer que en José Bretón, tan poquita cosa, tan nada, pueda albergarse un alma tan ruin y tan miserable. No es posible. Y más cuando dice el informe psiquiátrico que no es un enfermo mental. ¿Entonces? Lo mismo lo que necesita este hombre, aparte de la cárcel, es un exorcismo. En sus ojos, profundos e intimidatorios, si te acercas un poco, se pueden ver las tremendas llamaradas del fuego del infierno y en ellas a Satanás danzando el baile de la serpiente canalla. Terrible.  

miércoles, 26 de junio de 2013

POR LOS CAMINOS DE ÚBEDA

Es mucho ya el tiempo que llevo adentrándome en mi paraíso particular. Son espacios que están ahí, como perdidos, cercanos, pero llenos de un misterio de lejanía, donde los olivos te hablan en su lenguaje de sufrimiento y de esperanza, generosos cristos de troncos retorcidos que saben responder al golpe dando fruto y fruto en abundancia. Son lugares donde se pueden escuchar la música callada y la soledad sonora que tan místicamente supo definir nuestro frailecillo descalzo. Son balcones donde asomarse a un horizonte de sierras violetas y cielos azules, en círculo, en abrazo a la inmensidad del mundo y la pequeñez de lo que somos. Son paisajes vestidos de un romanticismo perpetuo que te embriaga el alma de paz y de sosiego, al tiempo que hace que la mente ascienda a los confines de las estrellas en un vuelo de infinitos encuentros con quien eres, para luego descenderte a la llanura ataviado de mayor humildad y más sabiduría.  

            Había, lo confieso, una Úbeda que fue mía. Una Úbeda, Dama de Sueños, que pese a los intereses creados, los malos gobiernos, las especulaciones insaciables y la siembra de plagiadores protagonistas que la venían poco a poco desvistiendo de su túnica de originalidad al tiempo que lijaban su pátina de antigüedad sorprendente, se mantenía bella y confidencial. Una Úbeda en la que me sentía feliz de ser uno de sus grandes amantes, a sabiendas incluso de que yo no era para ella ni tan siquiera el más pequeños de sus favoritos. Pero su corte de guardianes aduladores y arrogantes, tan vanidosos como envidiosos, ya no fingieron más y la desnudaron en muy poco tiempo de su gloria mágica para vestirla con el vestido del viejo rey desnudo, aunque para ello tuvieran, entre otras muchas barbaridades, que arrancarle sin contemplaciones el corazón con máquinas depredadoras para poner en su lugar un parking espantoso. Y le cambiaron los ojos que antes eran dorados como el sol, y su mirada se torno entonces fría y calculadora. La adornaron sin más con velos traídos del oriente sevillano y malagueño, así como con tules de lugares vistosos que sólo adoraban al dios moneda. Y cada amanecer aparecía más turística y folclórica, más pintoresca y festivalera, más anacrónica, maquillada además de leyendas para bobos... Y sin darme cuenta, empujado por una especie de golpe de estado de sus propios guardianes falsamente innovadores, maestros del plagio, triste por tanta apatía colectiva, decepcionado ante la traición de algunos amigos que no lo eran, cansado de una política de egocentrismos, una cultura propia contracorriente y una religiosidad poco evangélica..., dejé de verla, mejor, dejé de habitarla. Le regalé entonces mis versos más profundos y me exilié en otro territorio desde donde la podía seguir sintiendo y amando sin que me rozara su piel, ahora mucho más oculta, de muchacha asombrosa.

            Y desde ese exilio escribo. Exilio que a veces es de distancia física y casi siempre de distancia de ausencia consentida. Estoy aquí, pero no vivo en ella. Y, en su recuerdo, deambulo a su alrededor por el camino de la Carralancha, de la Vía y otras muchas veredas sin nombre, por las que cruzo pilares, traspaso riachuelos, paso túneles, transito pendientes, asciendo cerros...,  senderos por los que me pierdo con un sombrero en la cabeza y una caña en la mano, sin más, libre, completamente libre, anónimo, con las alas abiertas a la aventura de encontrarme conmigo mismo.
            Son caminos de los alrededores de Úbeda, caminos todavía especiales del sureste, caminos de fríos y calores, sequedades y lluvias, caminos desde los que veo, casi siempre al atardecer, el valle, las montañas, los cielos de mil colores..., y desde los que contemplo, perdido en el mar de olivos, a mi Úbeda del alma hecha barco, soñando que viene a mi encuentro para abrazarme y llevarme con ella al puerto de la autenticidad de un pasado que se hace futuro eterno sin perder su identidad de hermosa mujer de sueños.        

sábado, 15 de junio de 2013

EL VIRUS DE NUESTROS DÍAS

El virus de nuestros días, ese virus que anda metiéndose dentro de nosotros y nos hiere hasta llevarnos incluso a la muerte, se llama confusión.

            Y todos lo hemos pillado. Unos a otros nos lo hemos ido contagiando. Hasta el punto que nadie tiene las ideas claras. El de izquierdas no sabe a qué pertenece. En el fondo –visto está– es tan capitalista como el que más y le gusta, como al que más, las propiedades, los lujos y las grandezas. El de derechas todavía peor. Éste no sabe ni en qué espacio se halla. Sus complejos, sus miedos, su rémora histórica de burgués y guerracivilista, su temor a que lo asemejen con el franquismo, lo obnubila y lo lleva al total desconcierto. Los creyentes andan en una especie de cuerda floja y no se atreven a hablar, y cuando lo hacen se justifican como pidiendo perdón porque saben que serán tachados de retrógrados cuando no de ignorantes. Y no digamos a niveles más altos, quien aspire a la intelectualidad no puede creer en Dios y menos en la Iglesia. Los no creyentes también andan dando tumbos, porque confiesan no creer, pero en el fondo dudan, ven demasiadas grandezas alrededor y coleccionan demasiadas preguntas sin respuesta. Un lío. De ahí que en medio de este enramado surjan elementos peligrosos, vivales, pillos, que hoy son una cosa y mañana otra. De ahí que nos gobiernen políticos incumplidores, mentirosos, falsos, sinvergüenzas, aprovechados, corruptos... De ahí que no haya honradez ni valores. De ahí tanta hipocresía y el hecho de que unos y otros andemos malhumorados e irritados. De ahí que todos vivamos en la tristeza, los recelos y la desgana. De ahí, en el fondo, el conformismo y que nada nos consuele. De ahí el triunfo del relativismo. De ahí la gran desesperanza que nos invade. De ahí la crisis en todos los aspectos de la vida.

Pero lo peor es que el virus de la confusión nos crea en el interior una extraña inmunidad de conciencia. Por lo que ya no diferenciamos la luz de las tinieblas. Por eso, los corruptos, los terroristas, los dictadores, los abortistas, los ladrones, los calumniadores, los maledicentes y hasta los maltratadores crean que nada malo hacen. De ahí el mundo al revés en el que estamos: con los mediocres y los ineptos ocupando infinidad de cargos, presidencias y poderes, alcanzando incluso glorias y honores, mientras que los excelentes andan relegados al ostracismo.

Y nadie tiene la culpa de todo esto, nadie es culpable de nada... Y es cierto, porque toda la culpa la tiene, amigos, sencillamente, este dichoso virus de la confusión que por el momento no tiene cura.

lunes, 3 de junio de 2013

DÍA MUNDIAL DE LOS PACIENTES TRASPLANTADOS

La Organización Mundial de la Salud y la Organización Nacional de Trasplantes, celebran el 6 de junio el Día Mundial de los Pacientes Trasplantados. Un día éste que nos debe servir para tomar conciencia de la importancia de darnos a los demás sin pedir nada a cambio.

            Hay donantes que lo hacen en vida por compatibilidad. Son aquellos que donan su médula, un riñón o un trozo de su hígado. Pero la mayoría de los donantes lo han de hacer cuando ya nada de lo que tienen les sirve. Cuando han fallecido. Entonces, nada mejor que dar lo que ha sido parte suya, ya inservible, para dar vida a quien estaba siendo asfixiado por la muerte.

            Un amigo mío, quien un día me saludó en un supermercado y a quien no conocí porque su rostros enjuto, demacrado y amarillento era más el de un fantasma que el de un ser vivo, y que me hablaba al modo de quien busca despedirse de uno para siempre, vive hoy gracias a un anónimo donante que murió por culpa de un accidente. Y anda feliz, gozando de las pequeñas y maravillosas cosas con que la vida nos regala cada instante.

            Ahora, otro amigo, con quien he compartido tardes gloriosas de arte y teatro, sufre el dolor y la angustia de ver que su hígado, por culpa de un virus, le ha dejado de funcionar. Lo mismo aparece otro donante y le regala nuevos años de vida.

            Pero de todos los casos, el que más me ha llegado al alma, es el de hace un par de días, paseando por Córdoba junto a mi hijo mayor, hematólogo en el Hospital Reina Sofía. De golpe se le acercó un niño de seis años, sin pelo, con los ojos redondos como dos lunas llenas en noche de verano, y se lanzó a sus pies para abrazarlo con fuerza al tiempo que su madre intentaba apartarlo, un tanto avergonzada por tanta ligereza. Venían del Corte Inglés donde le acababa de comprar una gorra con el escudo del Barcelona y que lucía con gozo y orgullo. De repente el pequeño se la quitó y se la dio a su médico: "Toma, para ti, que eres del Barça". Mi hijo lo abrazó y se la devolvió: "No, mejor quédatela tú. A ti te sienta mejor. Eres mucho más guapo que yo". Y el niño se fue de la mano de su madre dando saltos como si de un sabio saltamontes lleno de sueños y esperanzas se tratara.

            Yo, lo juro, en ese momento hubiera dado sin dudarlo la vida por salvar la vida de ese inocente. Entonces miré a mi hijo y le dije: “No es justa esta vida. Ese niño merece vivir muchos años”. “En eso estamos, papá”, me respondió mi hijo. “En eso estamos.”

            Felicidades a todos los que vivís gracias a que otros os dieron algo suyo. Y gracias a quienes vivos o ya en la otra orilla del cielo disteis parte de vuestro ser para dar vida a quienes la perdían y así seguir teniendo vosotros también vida por toda la eternidad. Felicidades a todos en este Día Mundial de los Pacientes Trasplantados.


viernes, 24 de mayo de 2013

YA CANSA ESTA GUERRA


Ya cansa esta guerra declarada contra la religión. Algunos partidos políticos cuando no gobiernan endurecen sus ataques y amenazan una y otra vez con romper el dichoso concordato Iglesia-Estado, algo que, sin embargo, nunca hacen cuando están en el poder. Y no será porque no han estado años. A ver si lo hacen de una vez cuando de nuevo lo ejerzan. Pero de cierto, que lo hagan de cierto. Y dejen de usar el cansino dicho como arma arrojadiza de distracción barata cada vez que se pierden en la selva de la ineptitud y la incapacidad. Y a ver si de paso suprimen también la asignatura de los colegios y dejan de subvencionar a la jerarquía. No estaría mal. Así harían que la Iglesia fuera libre, libre de verdad. Lo que espero es que hagan lo mismo con otras miles de ayudas y subvenciones que sólo sirven para la mamandurria y el enriquecimiento de amiguetes, apegados y listillos.

            No me cabe duda de que cuando esto suceda ya todos los problemas quedarán solucionados. Seguro. Por lo que, una vez la religión quede arrojada del ámbito de lo público y si puede ser también de lo privado, ya no habrá paro, ni injusticia, ni miseria, ni dolor, ni llanto... Una vez arrancada la religión de la sociedad esto será una balsa de aceite. Las reformas educativas serán magníficas y se acabará el fracaso escolar. La Navidad será una maravillosa fiesta de invierno en la que cantaremos boleros al nacimiento del Frío y pediremos regalos a Mama Muñeca de Nieve. La Semana Santa, la fiesta de la primavera, en la que celebraremos la pasión, muerte y resurrección de las flores del campo. La corrupción dejará de existir, el terrorismo quedará en un simple recuerdo humorístico y los separatismos en apenas un sueño ligero de verano. Además, cuando se aprueben leyes relacionadas con la inmoralidad, el pensamiento único y contra la familia, nadie pondrá el grito en el cielo. ¡Fuera la religión y todo sea por la libertad!... ¿La libertad? ¿Qué libertad? Si cada vez nos tienen más oprimidos, controlados, vigilados, sacrificados, exprimidos...; si cada vez tenemos menos espacio en el que poder movernos; si cada vez hay más cámaras instaladas en carreteras, calles, plazas, parques, hoteles, locales, establecimientos, servicios..., que nos observan, examinan y nos graban; si cada vez hay más censura y podemos hablar menos, si incluso estamos asustados y muertos de preocupación cuando no de miedo...

            ¡Muera la religión por opresiva! No cesan de gritar los muchos sabios y poderosos. Por opresiva..., cuando sólo busca el amor, la solidaridad, la paz, la justicia, la fraternidad, el compromiso, la alegría, la esperanza... ¿No será, de paso, que la religión es un espejo que nos despierta la conciencia que inevitablemente llevamos dentro pero que buscamos enterrar a toda prisa y por completo? El mundo al revés. Cada vez más al revés. Hasta el punto que vivimos en la pura contradicción: la de pan para todos, pero hambre para el pueblo y riqueza para la casta política y la acaudalada. La de todos somos iguales, pero unos menos que otros. La de no ser discriminados, pero la de serlo por el simple hecho de creer en Dios. La de ayudar y apoyar ante todo a los más indefensos de la sociedad, niños y discapacitados, pero la de buscar matarlos para que ni nazcan... ¡De locura! ¿Alguien lo entiende?  

miércoles, 1 de mayo de 2013

EL REGALO DE LA EXISTENCIA


Ayer tarde fui a visitar a un viejo amigo enfermo. Lo hallé demacrado y sin fuerzas. Desde finales de año, por culpa de una extraña infección, no levanta cabeza. Ha perdido el apetito y se pasa el día sentado en el sofá. Se emocionó al verme. Las lágrimas caían de sus ojos, lentas y serenas, como llenas de añoranza.

            Intenté animarlo. Le hablé de que todos, sin remedio, pasamos por días malos. De que lo esencial ahora era luchar para sobreponerse a las adversidades. De la necesidad de revestirse de coraje para salir de las noches oscuras que nos llegan de repente y cuando menos lo esperamos. De que lo importante es aprender de los infortunios que nos invaden para mejorar, para cambiar el rumbo de la nave en la que íbamos por mares equivocados, lanzando lastres y sanguijuelas al agua, porque no sirven para otra cosa que para obnubilarnos la conciencia y sorbernos la sangre. De lo hermoso que es reencontrarse, tras el túnel, con uno mismo y perderse, gozoso, en un caminar solitario disfrutando de paisajes y músicas irrepetibles...

             “En cuanto vengan los días buenos, saldré yo también a dar un paseo.” Me dijo. “Nada más salga el sol, voy a intentar que salga también mi sol de dentro, ése que he tenido oculto porque las nubes de las ambiciones y los egoísmos, de la lucha diaria, me lo han tapado impidiéndome darme cuenta de que estaba vivo. Espero que no sea demasiado tarde y me recupere. Si Dios me da una nueva oportunidad no pienso desaprovecharla”. Concluyó.

            No sé. No sé si se obrará el milagro. Ojalá. Por lo visto las cosas andan complicándose. Lo único verdadero es que siempre nos damos cuenta de lo hermoso de la vida cuando estamos a punto de perderla. Nos creemos eternos, pensamos que la muerte sólo se da en los demás. Y no somos capaces de despojarnos del disfraz con el que nos vestimos cada día y, en la desnudez de lo que de verdad somos, gozar todo lo más posible de las estrellas y de la lluvia, de un sorbo de vino, de una sonrisa que se ofrece, de la lectura de un libro que busca hacerse amigo de verdad..., de un paseo contemplando las montañas y escuchando el canto de los pájaros, de un beso de buenas noches...

            ¡Qué pena que para muchos vivir sea un sinvivir! ¡Qué pena! No obstante, hay quienes, los menos, saben que la existencia es un regalo que sólo tiene sentido desde la paz interior y la huida de cuanto representa la maldad. Otros, la mayoría, por el contrario, pasan la vida sin saber siquiera que han vivido. Conozco incluso a un señor que cerca ya de los ochenta, en lugar de dedicarse a vivir en paz y disfrutar de la hermosura de las rosas y las espigas, anda coleccionando -y así desde que nació-, disputas ambiciosas sin escatimar la siembra de todo tipo de cizañas para conseguir sus objetivos, porque, según dice, no piensa morirse nunca.

No me extraña. Siempre el mal, como el peor de los cuervos, acaba enloqueciendo y sacándole los ojos al que lo crea y lo cría. 

viernes, 12 de abril de 2013

POBRE ESPAÑA


La extrema izquierda verdadera, no esa listilla y pícara que vive entre el caviar y el mercedes, el cuento y el amiguismo, sino la del martillo y la hoz, la del rojo puro, la marxista, estalinista y leninista, la castrista, la comunista, la chavista, la norcoreana, la china..., puede tener muchos defectos, pero es coherente. Va a las claras, aunque a veces, cuando andan en territorio por conquistar, tenga que usar estrategias disfrazadoras. No creen en la democracia. Creen en la dictadura de la ideología única. La del poder que va en una misma dirección marcada. Y no se esconden. Su obligación es romper.  De ahí que se declaren laicistas, perseguidores de la religión católica, partidarios del aborto, del sexo libre y cuanto antes, del desenfreno moral..., destructores de todo lo que sea educación, tradición, familia, valores, liberalidad, capital... Y hasta que no alcanzan el poder son rebeldes, agitadores, acosadores, manifestantes panfletarios, contrarios al orden establecido... Y en aras a alcanzar un poco más la meta, callan cuanta corrupción surge en los más próximos a su pensamiento. Por eso apenas protestan ante las injusticias cuando mandan los más allegados a su círculo de pensamiento, como los socialistas, incluso cuando ven que éstos toman decisiones que erosionan derechos, aumentan el paro y empobrecen a la población, o cuando saben que se inyectan miles de millones a los bancos, o se producen desahucios a pobres personas, pero las montan sin miramientos cuando es la derecha la que hace algo semejante. Aparte, llevados por sus ideales corporativistas, mientras caminan hacia el objetivo, se ayudan los unos a los otros con cargos, honores, publicaciones y, sobre todo, con subvenciones impresionantes... Con la añadidura de que todo aquél que no se incorpore a la ideología no será bien visto, se le apartará y se le indiferenciará, tenga el talento que tenga. Todo lo que sale de ellos está bien, es razonable, positivo. Todo lo suyo es cultura, arte, progreso, modernidad, altas miras, libertad..., lo demás es anticuado, carca, retrógrado, facha, fascista... Y así, a base de decirlo una y otra vez, a golpe de gota de agua sobre la roca, lo consiguen, minan a la gente. No tienen prisa. Su único fin es llegar a la dictadura del líder –del proletariado dicen ellos–, cueste lo que cueste. De ahí también que se alíen con quien haga falta, con terroristas, separatistas, anarquistas, nacionalistas...

            Y muchos inocentes, lejos de ideologías políticas, como ocurre en Andalucía, van y se rasgan las vestiduras cuando esta extrema suprime líneas en la enseñanza religiosa concertada, o cuando no dan ni un euro y atacan a cualquier actividad que huela a lo que no es de ellos, o cuando salen a la palestra y dicen que matar a un niño en el vientre de su madre es un derecho básico..., que los que defienden la vida no son otra cosa que una secta minoritaria recalcitrante y rancia que está en contra de la mujer, la libertad y el progreso. Pero, ¿por qué extrañarse? La extrema izquierda tiene las ideas claras. Repito, es coherente.

Los que no tienen ideas ni son coherentes son los de derechas. Los de ni agua ni pescado. Los que quieren el poder por tenerlo, por el disfrute de mandar. De ahí que sean acomplejados, pusilánimes y torpes. De ahí los bandazos que dan. Por eso cuando manda la derecha no se mueve nada de importancia. No se atreven. No quieren problemas. Saben que la extrema izquierda, aunque sea sin motivos, no los van a dejar en paz, pero mucho menos si encima se alejan de la línea marcada, porque de ese modo les darán razones más que suficientes para pegarle fuego a la Cibeles. Los de derechas, además de no tener ideología, todo lo más preocupación por lo económico, tampoco tienen coraje. Por eso hacen lo contrario de lo que prometen, se esconden, no salen a la calle, hablan con suma prudencia, no realizan cambios, juegan al juego de la avestruz... Y, pensando que pueden sentirse más tranquilos, siguen dando a los mismos las mismas leyes y las mismas ayudas y las mismas glorias. A sabiendas, incluso, de que los Brutos, así les des lo que les des, andan siempre con el pañal bajo la toga. Y es que la derecha, aparte de boba e incoherente, es también masoquista.

Pobre país el nuestro. Con izquierdas coherentes, pero dictatoriales, y con derechas no sólo incoherentes sino acobardadas. Pobre España. ¿Cual de las dos, como a Machado, me helará antes el corazón?

viernes, 22 de marzo de 2013

ETIQUETAS


En España hay un grave problema que se viene generando desde hace mucho tiempo y se va agravando con el paso de los años: el de las etiquetas.

            A toda persona, privada o pública, en cuanto gesticula, habla o expresa sus sentimientos, se le clava en su perfil una etiqueta que le marca de por vida y le limita ante los demás ya para siempre.

            Todo lo etiquetamos. Aquí se es de derechas o de izquierdas. No hay término medio. Hay blancos y negros absolutos, ningún gris. Y ya puedes hacer o decir cuanto quieras que de nada te vale. Si te han etiquetado de derechista, ya hables a favor de los pobres, de la indignidad de los poderosos, del ladroneo de señoritos, banqueros y empresarios, de la paz, la igualdad, la libertad y la fraternidad y en contra del capitalismo..., no eres más que un fascista, un carca, un reaccionario y un retrógrado disfrazado, por más, además, que vistas con telas haraposas, te dejes la barba, lleves el pelo sin peinar, parezcas sucio y te pongas al cuello el pañuelo palestino. Y si te han etiquetado de izquierdoso, por más que hables de tradiciones, de valores, de creencias en Dios, de estar en contra de la empresa pública, del aborto y de la cultura y el arte subvencionados..., por más que te vistas con traje y corbata de Armani, lleves un mercedes, pares y comas en hoteles y restaurantes de lujo, y tengas propiedades, millones en paraísos fiscales y bajo la cama, te seguirán llamando camarada rojo.

            Aquí no vale lo que tú pienses y digas que eres, sino lo que los demás piensan y dicen que eres. Y es un grave error que, de no variarse, no llevará a nada bueno, porque mata las conciencias, ciega las miradas y genera violencia. Cada vez nos empeñamos más en poner etiquetas y, mirándolas, salir en defensa a ultranza, o airadamente en contra del sinvergüenza y embustero de turno según sea de los míos o no.

            Todo esto, al fin, triste, muy triste, y que se solucionaría, sencillamente, con dejar de poner etiquetas en la espalda de la gente. Por sus obras los conoceréis. Y porque además cada uno puede decir libremente que es de derechas o de izquierdas, y merecer tanto unos como otros el mismo respeto... Como también es digno del máximo respeto el que exprese nos ser ni de uno ni de otro bando. Los que no son dignos de respeto son los corruptos y mentirosos, porque esos no tienen color, ni bando, ni ideología, son solamente ladrones y falsos. Y con éstos, consideración y tolerancia cero. Absolutamente. Todos en contra de ellos a muerte: y a devolver el dinero y a la cárcel.