miércoles, 21 de noviembre de 2012

EL VALIENTE


Hay gente valiente, muy valiente. Tan valiente que es capaz de coger un rifle con mira telescópica, vestir traje de verdes sucedáneos y salir al paisaje bellísimo, repleto de hermosura y grandeza, para esconderse detrás de algún montículo artificial, y, allí, poner la vista en un animal majestuoso, libre, elegante, tan asombroso que es capaz de cruzar por los arroyos y senderos mostrando su cornamenta labrada a base de primaveras y amores encendidos, una y otra vez, hasta convertirse en un símbolo acorde con la grandeza de la vida que le rodea.

            Hombre y ciervo en lucha desigual, indigna, innecesaria, traidora.

            Entonces el valiente, lejos, sin acercarse demasiado, no sea que tan peligroso animal, con su cornamenta, le reviente, a base de ejemplo y amor limpio, la suya de energúmeno, y lo ridiculice hasta humillarlo, va y se acomoda el rifle en su hombro de guerrero de la galaxia, y cuando lo siente firme, como droga miserable que embriaga el alma de soberbia y orgullo vano, mira por el teleobjetivo, hasta ver la cabeza del ciervo en el centro de una cruz anunciadora de muerte sucia, una cruz amenazante y fría, la cruz más miserable de cuantas conozco. Y qué bien. Ahora, a palpar el dedo sobre el gatillo helado y sentir la emoción de la más inmunda gloria por las venas. El corazón le late. La boca se le queda seca. Los ojos le brillan. Es tanta la batalla, la lucha encarnizada, el desafío sin tregua..., que es inenarrable la felonía. Qué valiente el valiente. “Ya lo tengo”, esputa por la lengua. “Este cabrón no se me escapa”. Y zas. Un disparo atronador que hace que corran volando por cielo y tierra todos los animales a diez kilómetros a la redonda. Animales en lucha por la supervivencia, desde luego que sí, lucha terrible, no cabe duda, pero marcada siempre por las armas de la dignidad, la honradez y la nobleza.

            Y ya está. Ante el vació de la huida, sólo queda tirado por el suelo el maravilloso animal, con los ojos todavía entreabiertos, mirando al horizonte de la nada, haciéndose preguntas, maldiciendo la hora en la que el hombre dejó de ser animal para convertirse en piltrafa. La victoria es grande. El valiente es felicitado. Los enanos que le rodean lo vitorean al tiempo que le colocan sobre la frente la  corona de laurel del gladiador consagrado. Y entonces él, tan valiente, tan sinvergüenza, va y con un cuchillo le corta los testículos al animal abatido y, aún calientes, chorreando sangre, se los coloca sobre su cabeza de chorlito, y, sonriente, orgulloso de la vil hazaña, se hace una fotografía marcando con sus manos la uve de victoria por doble partida.

            Sí señor, con un par... Y encima es concejal del PP, político, uno más de esos que andan en el poder para dar ejemplo –ya ven– y servir al pueblo, su pueblo, que no es otro que el formado  por él, su santa madre, los cuatro de su familia y tres amigotes más. Así, como les digo. Aquí lo tienen. Presumiendo. Con dos cojones sobre la cabeza el tío. Sólo dos. Los de un ciervo muerto, abatido a traición, que son los únicos que tiene el valiente.

1 comentario:

  1. Mi más sincera enhorabuena por el artículo. Por desgracia, un descripción impecable de la casta política que nos gobierna.

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